El miedo a la muerte, a lo desconocido, nos ha llevado a crear un tabú sobre el tema. Y como lo que no se nombra no existe, socialmente, hemos apartado la muerte de nuestra cotidianidad. Los tanatorios en las afueras, los servicios funerarios casi invisibles, la muerte no tiene apenas cabida en las Facultades de Medicina, Derecho o Trabajo Social. Tratamos a la muerte como si fuera una enfermedad infecto-contagiosa. Qué ironía. Somos humanos, en nuestra condición está el ser mortal. Algo tan obvio hay que recordarlo para construir nuestras vidas mientras caminamos hacia la muerte.

Desde este planteamiento, de no querer vivir de espaldas a la muerte, ni de vivir su proceso como si fuera una carrera de obstáculos, se ha constituido la Asociación Tanatológica de Córdoba La muerte dulce . Se quiere afrontar este inevitable trance con mayor sensibilización y formación, compartiendo el proceso, sin recetas mágicas.

En una sociedad inundada por la violencia de género, bélica, económica o verbal, hay palabras que siguen asustando casi más que la propia violencia. Es el caso de la muerte. Quizá sea su inevitabilidad, o su desconocimiento, o la insoportable certidumbre de la incertidumbre. También asustan, y producen recelo, la palabra eutanasia (la muerte sin sufrimiento físico, dice la Real Academia en su segunda acepción) o tanatología (conjunto de conocimientos médicos relativos a la muerte). En su sentido etimológico eutanasia es la buena muerte, es decir, lo que desearía cualquier persona. Aunque eso no signifique lo mismo para cada una de nosotras. Y ahí comienzan los desencuentros.

De otro lado, desde el ámbito jurídico, legislar bien significa, en esencia, conseguir la seguridad jurídica y la paz social. Cuantas más personas estén incluidas en una norma y mayor autonomía tengan frente al Estado mejor se habrá realizado la función legislativa. Una ciudadanía con más autonomía es aquella que se siente libre de ejercer, o no, los derechos que contiene una norma. Así, podrá decidir en función de sus creencias o sus convicciones si la formulación jurídica se realiza, no como un deber, sino como un ejercicio de responsabilidad reflexiva en forma de derecho individual. Este sería el contexto jurídico óptimo para afrontar un trance tan personalísimo como es la muerte.

Desde un punto de vista filosófico, el valor absoluto de las dignidad humana ya lo planteó Kant, en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres: "La esencia de las cosas no se altera por sus relaciones externas, y lo que, sin pensar en éstas últimas, constituye el valor absoluto del hombre, ha de ser lo que sirva para juzgarle". Las personas, pues, como seres humanos autónomos, que no heterónomos, somos un fin en nosotras mismas. Y la dignidad, la nuestra, la de cada persona, es un valor superior absoluto e inmutable que fundamenta, en un plano de igualdad, la conciencia de cada persona. Poco importa que éstas sean ateas, creyentes o indiferentes. Y desde ese convencimiento de que todas las personas somos seres humanos dotados de dignidad, concepto absoluto, es desde donde trabaja la Asociación Tanatológica de Córdoba.

Además, la Asociación, que ahora comienza su andadura, pretende la convivencia democrática entre personas de distintas convicciones y creencias, de distintos pensamientos e ideologías cuyo denominador común sea querer afrontar la muerte con dignidad, humanizando el proceso, venciendo al miedo, gestionando el dolor y la enfermedad sin perder la esencia de cada cual. Difícil ejercicio de democracia y humildad. Nadie dijo que las cosas realmente importantes sean fáciles.

La Asociación Tanatológica es un colectivo laico al que pueden pertenecer personas de todas las cosmovisiones y de todas las ideologías. Los límites son el orden público y el respeto a los derechos de terceras personas. Como objetivo prioritario, la Asociación se ha planteado crear una red de apoyo a las personas y familiares en el tránsito hacia la muerte y sensibilizar a la sociedad sobre la buena muerte. Y hacerlo sin caer en dogmatismos, sabiendo que el proceso de cada persona es único. Visibilizar la muerte, como parte de la vida, es comenzar a trabajar para que ese tránsito, inevitable, deje de ser un acto azaroso. Es trabajar para que el acto de morir deje de ser un boleto de lotería en el que, si tienes suerte, no será largo, ni agónico. La vida te puede llevar a vivirlo en una soledad no deseada; de ser así, será consolador saber que puedes contar con una red de seres humanos con las que compartir inquietudes, enfados o risas.

Las personas somos sociables, y la soledad impuesta puede pesar más que el propio proceso de la muerte. Son procesos profundos que afloran una personalidad desnuda y vulnerable, fuerte en su fragilidad. La muerte nos sube a una montaña rusa que nos pasea de la cima al valle sin solución de continuidad; se toman decisiones poderosas cuando se supera el dolor, el miedo o la soledad (cima) y se añora la claridad cuando estamos anclados a la cama (valle). Pretendemos, junto a las personas que lo deseen, aprender a familiarizarnos con el tránsito hacia la muerte para vivirlo en paz, en grata compañía, alejando los miedos que producen las enfermedades, las trabas administrativas o jurídicas, o el no poder morir según las convicciones o creencias de cada cual. Gestionar las emociones y saber canalizarlas es un ejercicio que requiere de tanta pericia como aprender la tabla periódica o los derechos humanos.

No ofrecemos recetas mágicas, ni las queremos, más bien buscamos procesos educativos que expliquen cómo afrontar los miedos y la gestión del tiempo en el trance de la muerte. Y para ello, la mente ha de abrirse hacia otras formas de ver las cosas y la agenda ha de incluir otros tiempos. Es un tema importante, el de la muerte, para salir de la vida, si es posible, con una sonrisa de satisfacción, de complicidad, de plenitud. Ese es mí, nuestro, deseo para cualquiera de ustedes.

* Profesora de Derecho Eclesiástico del Estado (UCO)