Lo peor de todo es que los árboles de las contrariedades y del desengaño ocultan el bosque de la realidad esperanzadora y el futuro de un país que, en términos generales, son alentadores. Nuestras empresas ferroviarias y de construcción están modelando las comunicaciones de medio mundo; sectores como las energías renovables tienen a firmas españolas como referentes mundiales; el sector de la alimentación y la distribución han alumbrado marcas no sólo rentables sino que sostienen y generan empleo y están en franca expansión; la moda, el diseño y alguna tecnología de vanguardia llevan nombre español; las escuelas de negocios españolas han pasado de no existir a colocarse entre las más prestigiosas; el sector químico-farmacéutico dispone de liderazgo estratégico. Y así podríamos continuar con otros sectores. La prioridad de todo gobierno desde ya tendría que ser rentabilizar la cultura de un país como el nuestro que es admirada y que concita el interés de tantos centenares de millones de ciudadanos en el mundo; buen instrumento sería la potenciación global de la cinematografía, de las artes, desde una perspectiva empresarial generadora de empleo y riqueza; genio no falta precisamente. Y la brutal emigración intelectual que tanto ha costado formar debería constituir el primer objetivo político para convertir a España, cueste lo que cueste, en una potencia científica, tecnológica y de investigación y desarrollo: tenemos la valía. El cambio es dar el paso a que nuestras manos no se alcen más en el vacío de la protesta y la conmiseración sino en la intención de agarrar el futuro.

* Profesor