Una drástica mudanza en el itinerario del autobús usado por el anciano cronista en su primer desplazamiento matutino por -estéticamente- la incomparable ciudad de la que es asentado vecino le ha privado de una experiencia cuotidiana, fruitiva y estimulante, mezcla rara en la España actual.

En el escaso público del referido medio de transporte abundaban las mujeres, que al llegar al promedio del trayecto solían ya formar un grupo destacado por su número y, sobre todo, calidad. Aunque enfrascado en la lectura de uno de sus periódicos habituales, el articulista no podía por menos de dejar de oír y escuchar algunas de sus conversaciones acerca de los más variados temas y de las que concluía, por lo común, la superioridad manifiesta, evidente, ostensible y clara de la mujer sobre el hombre. Sin necesidad de mayores expensas exegéticas, lejos de cualquier reivindicación feminista, a las veces, extemporánea y con indisimulable granjería mediática del lado de sus autores --en especial, de los masculinos--, con el cotejo superficial de dichas charlas y las oídas en el café --público o privado--, esas mismas mañanas, surgidas de labios predominantemente viriles, bastaba al cronista --y de sólito colmadamente-- para reafirmarse en su muy vieja creencia de la aplastante superioridad de la mujer sobre el hombre. Sensibilidad, perspicacia, altruismo..., notas todas que resaltaban en dichas conversaciones de autobús y que eran muy difíciles de hallar en idéntica medida en las de los bulliciosos bares frecuentados por el cronista en su indispensable segundo café de la mañana provinciana.

Entre las mencionadas señoras descollaba a los ojos del cronista una situada en la primera madurez semi-otoñal, prodigio de simpatía y sencillez, con la que muy de tarde en tarde el silente articulista intercambiaba algunas palabras en torno a la educación de su joven hijo, instándole aquel opportune et importune a que vigilara y estimulase en este el aprendizaje del inglés, como ganzúa de oro -incluso con el Brexit- para toda suerte de estudios y oficios.

Como reflejo de la existencia misma, en el aludido bus acostumbraba igualmente a viajar un invidente, de palabras comedidas, llenas invariablemente de ingenio, de cortesía inigualable y de no menos envidiable alegría de vivir.

Una decisión muy probablemente acertada, bien que sea arduo dilucidarlo en la cascada de pronunciamientos edilicios contradictorios, de los rectores de los trasportes municipales ha privado al anciano cronista de la compañía de gentes tan bien nacidas y ricas en las materias más enjundiosas de la existencia humana.

No imitará aquel al desgraciado prisionero de nuestro impar romance que deseaba mal galardón al que le hubo privado del cantar de su ruiseñor informativo. Pero, refugiado entre sus libros, lamentará hondamente el cambio de ruta de su autobús municipal predilecto y recordará con frecuencia, en su constante comercio con las aleccionadoras sombras del ayer, las voces y los gestos de tan agradable humanidad.

* Catedrático