Esta enfermedad no es incurable, pero va a durar tiempo. Tenemos medio cuerpo tratando de extirpar al otro medio, con su celebración sobre la mesa de operaciones. Se nos imponen unos cirujanos llamados Puigdemont, Junqueras y Ana Gabriel, con un diagnóstico arriesgado sobre nuestra salud, subiéndose después la mascarilla hasta la frente para que los pacientes no puedan contemplarlos bajo la luz de la lámpara quirúrgica. Han votado a escondidas. Cortan alegremente órganos y tejidos sin un tubo de gases anestésicos, porque les va la marcha en nervio y sangre viva mientras el cuerpo late. Abren y cierran la legalidad en virtud de la propia conveniencia. Saben de dónde vienen, pero no adónde vamos, mientras cosen sus propias hendiduras, mientras abren y cierran una sangría ajena. El paciente resiste, su pecho tiembla y lanza convulsiones mientras la turba canta en la plaza la muerte crepuscular y onírica de la convivencia. Toma algarabía, toma cancionero del fascismo de aldea. Algunas voces más autorizadas que las de estos carniceros, que no pasaron de primero de medicina pero están deseando amputar piernas, podrían desencantarse y proclamar el desahucio del cuerpo. Pero no podemos olvidar su otra mitad y también que el proceso será largo. En sus últimas elecciones autonómicas, a las que los partidos independentistas quisieron imponer un carácter plebiscitario, los partidos contrarios al procés sacaron mayoría simple: un hombre, una mujer, un voto. Aquí ganaron. Los independentistas perdieron su última votación con garantías democráticas, pero se aprovecharon de la española ley electoral. Desde entonces medio cuerpo carga contra el otro medio para imponer una sola identidad. Cierto fascismo sólo se detecta cuando la gangrena es imparable. El totalitarismo es imponer una verdad única. No es el pueblo catalán, sino unos destripadores de la realidad. Aún estamos en el preoperatorio, y durará. Así que calma, paciencia, ley y Estado de derecho.

*Escritor