El festival de las callejas de Córdoba es dejar constancia de quienes cuando caminan descubren la belleza, a pesar de que vayan con un perro o haciendo deporte. Convertimos la vida a veces en una monotonía de agenda, horario, costumbres y falta de imaginación. Pero, y siempre es posible, es necesario caminar y buscar la poesía por las calles para no dejarnos manejar por el mundo, que a veces es cruel. Córdoba es una ciudad que presta su mapa para que anotemos en sus trayectos la elegancia de sus espacios que, normalmente, es mejor descubrirlos que leerlos en un libro de viajes. El casco histórico de Córdoba, tanto en su Medina --el núcleo principal de la ciudad donde estaba la mezquita y el zoco-- como en su Axerquía --la zona este donde se asentaban los arrabales--, es una invitación a caminar por la vida, que es la historia y la belleza de este núcleo urbano. Y por sus callejas. La Mezquita, el Alcázar o Medina Azahara son nombres de espacios que se han instalado en nuestra mente porque vivimos en Córdoba pero que, quizá, nunca hemos visitado. O muy poco. Si vivimos al lado de la belleza y no la degustamos es que quizá lo que nos atraiga sea la normalidad de la monotonía que, a veces, a lo peor, ni distingue entre el bien o el mal. Como cordobeses tenemos la obligación de mantener el status de ciudadanos de un sitio que es Patrimonio de la Humanidad por su Mezquita, su casco histórico, sus patios y, dentro de poco, por Medina Azahara. Y para llegar a esos lugares donde la historia dejó sus huellas hay que caminar por callejas, un concepto arquitectónico necesario en espacios a veces casi inaccesibles. Las callejas de los Arquillos-Infantes de Lara, del Pañuelo, de las Flores o de la Hoguera son trayectos que se han prestado a todos los aprendizajes, sobre todo al del amor. Lo mismo que la calleja del Posadero (en Mucho Trigo), la del Aceite (con los patios), la de las Siete Revueltas de Santiago o la del Tesorero (ahora Samuel de los Santos Gener, que termina en la Casa Árabe), que noveló en su día Luis Enrique Sánchez García. En las callejas de Córdoba, cuyo festival termina el domingo, la ciudad consigue estrechar su belleza en una postal inédita.