Habría sido un enorme despropósito político y una situación carente de toda estética que el presidente del Gobierno anunciase hoy en el Congreso medidas contra la corrupción y que en el banco azul permaneciese Ana Mato, que ayer fue señalada por un juez como una persona que se lucró con los negocios de su exmarido, imputado en el caso Gürtel. Mato presentó ayer su dimisión tras la publicación del auto de Ruz, en un comunicado con el membrete del Ministerio, en el que, no obstante, subraya que "en ningún caso" el magistrado le imputa "ningún delito" ni tampoco le atribuye "responsabilidad penal alguna". Por eso la dimisión, anoche, de Mato como ministra de Sanidad es una medida lógica e higiénica, que permitirá que lo que diga hoy Mariano Rajoy no esté carente de credibilidad.

Todo indica que el jefe del Ejecutivo ha forzado la caída de la ministra, que horas antes de dimitir aún proclamaba que no veía motivos para dejar el cargo. Pero si algún miembro del actual Gobierno ha acumulado más descrédito que los demás ha sido Mato, que a sus peligrosos vínculos (aun por persona interpuesta) con la trama de financiación irregular del PP a la que apunta el juez en su auto de ayer ha unido una actuación de perfil muy bajo, culminada en los últimos meses con la pésima gestión del caso de ébola surgido en un hospital de Madrid, en el que incluso tuvo que intervenir asumiendo protagonismo ante la opinión pública la vicepresidenta del gabinete, Soraya Sáenz de Santamaría. Si un dirigente al que le cuesta mover piezas como Rajoy prescinde de Mato, es que admite que su continuidad en el Gobierno entrañaba, en este caso, muchos más riesgos que ventajas.

En los tres años que lleva el líder del PP en la Moncloa, los escándalos de corrupción en su partido y aledaños se han multiplicado (y también, es cierto, en otros partidos). A Rajoy se le ha censurado desde la bancada de la oposición que ha permanecido impasible y que se ha remitido a lo que decidan los tribunales de justicia. Le han reprochado una y otra vez que solo ha empezado a reaccionar cuando el goteo se ha convertido en una riada y ha llenado un embalse que amenazaba con romperse o desbordarse. Por eso tiene especial interés lo que diga hoy el presidente, del que se espera bastante más que la defensa de dos proyectos que ya están en el Congreso, uno sobre el control de altos cargos y otro sobre el régimen financiero de los partidos. Son precisas iniciativas más contundentes y creíbles, que venzan el natural escepticismo de la ciudadanía dadas las reiteradas promesas de adecentamiento de la actividad política que luego no se han traducido en cambios reales. Ya no basta con dar por cerrado un caso de corrupción con la baja como militante del indigno. Ni con forzadas peticiones de perdón y propósitos de enmienda. No hay más margen: es la hora de los hechos.