Ya este apodo nos fue familiar allá por la década de los 60 a 70 cuando la presión del régimen no sabía que hacer con Antonio Perea (Cahue) y su amigo Papi, que eran como una especie de avanzadilla que se jugaba la piel en el día a día reclamando que el reparto de la tarta fuera más equitativo. Después ya se sabe, nos enseñaron el pastel dejándonos con el sabor dulce en los labios a los que, como esta pareja de ácratas, esperábamos ilusionantes el tiempo nuevo colmando nuestras frustraciones en la degustación, aunque sin hartazgo, de tan preciada golosina.

Cuando en Córdoba ya no existían las cartillas de racionamiento, la leche en polvo ni el queso amarillo de los americanos y la gente olvidaba penurias en las verbenas de los barrios, en los baños del Guadalquivir, entonces incólume, y en las romerías que cantaba Ramón Medina con el patrocinio de los prebostes de la época, y los carnavales aún conservaban un cierto regusto de sabor propio hasta que llegó la televisión succionando nuestra personalidad por mor de la sal y la gracia gaditana, esta pareja que conocía bien las dificultades de la gente para llegar a final de mes, se apuntó al anarquismo para dinamitar todo lo que oliera a rancio. Esforzada tarea que como a tantos otros los llevaría al exilio, a la cárcel o como mal menor a trabajar en las minas asturianas o ser un charnego en las Ramblas de Barcelona. Pero ya a su regreso, inquieto y deseoso de que la cultura no fuera un atributo de las clases pudientes, Cahue fundó el Ateneo Casablanca, que era como sembrar una flor en el páramo de la ciudad de las tres culturas, aunque bien pudo haberse plegado al poder dominante y así engrosar la gruesa lista de arribistas que hoy gozan del estatus que las siglas de su partido le ha regalado.

La joven democracia lo recibió con una sonrisa en la creencia que doblegaría su talante sin suponer el error que supondría plegarse al coro de los grillos machadianos so pena de perder su libertad, siempre por encima de consignas y credos con el pensamiento puesto en la redención de los descamisados a través de la magia del teatro, con Bertolt Brecht como santo de cabecera, a ver si así se mitigaban las privaciones, algo casi imposible, que hoy se vislumbra aún más negro con esta crisis descomunal que asola el panorama patrio sin que en el horizonte se adivine el verde esperanza del arco iris.

Antonio Perea ha estado 28 años de presidente del Ateneo de Córdoba, lo que para cualquier mortal es un periodo excesivo que sin embargo no consiguió tenderlo en el sillón freudiano, bajo riesgo de no saber si fue acertada su decisión ante la disyuntiva de proseguir en el oficio de francotirador o pasarse al bando de aquellos revolucionarios que, como decía Bergamín en su poema La metamorfosis , encontrarían más tarde su ideal en la gastronomía. Algo o mucho le quedó de aquellos regates a los grises cuando con Papi protestaba por el cierre de la fábrica de la Porcelana hasta que creyó que la democracia era un hecho y que todo se arreglaría idílicamente tal como nos habían anunciado.

Aquel Ateneo, formado por los hijos inquietos de la Letro y de la nostálgica construcción, ha prevalecido hasta hoy codeándose con sus iguales que desde la ornamentación magnificente de sus sedes destilan la cultura hacia el pueblo separando lo orgánico de lo inerte. El Cahue acometió esta aventura con el único respaldo de su indómita voluntad fortalecida por unos cuantos amigos que bajo el nombre de la Fiambrera darían escape libre a su afición por el teatro. Después, ya se sabe, seducidos por el descaro de este alquimista de sueños, nos apuntamos muchos a la tarea de poner la cultura al alcance de todos los cordobeses. Poesía, prosa, teatro, conferencias, mesas redondas, monólogos, flamenco... y todo ello con parada y fonda en Bodegas Campos, que tantos años ha arropado estas iniciativas, ya que al parecer una ciudad como ésta no se puede permitir el lujo de tener un edificio propio o cedido por la generosidad institucional que dé cobijo a este estandarte cultural que hoy representa el Ateneo cordobés.

Cahue no se recata ni en público ni en privado a la hora de exhibir su perfil más sincero llevando al límite sus incontenibles excesos verbales que le han valido más de un desaire, no pocos disgustos, y las veladas críticas de algún que otro allegado. Y ahora esa personal forma de reprobación a todo lo que se mueve y que tantas veces ha resistido la prueba del algodón, tiene tribuna dominical en este diario. El sarcasmo, la ironía, el humor, el flagelo a los poderes establecidos, a los politiquillos de tres el cuarto, a hoteles que dañan la vista con sus óxidos repelentes, a versificadores de metáforas inexplicables, a prohombres de la cultura que la emplean para sus inconfesionables ambiciones, a los Bankias que amenazan la ruina del suelo patrio, y a todo el que escupe por el colmillo del desprecio hacia sus prójimos más desplomados, son la diana de los dardos de una personalidad que bien merece un reconocimiento. Antonio, nos vemos el día 15.

* Ateneísta