Hoy se celebra la solemnidad de san Juan Bautista, en la liturgia de la Iglesia, precedida por las fiestas populares de las «noches de san Juan», en las que se hace tabla rasa en el fuego de los trastos viejos, como símbolo de inicios purificadores para afrontar así los nuevos retos de la vida. En el himno del canto de las vísperas, escuchamos estos versos encendidos: «Profeta de soledades, / labio hiciste de tus iras, / para fustigar mentiras / y para brotar verdades». Dos citas de alta cultura nos vienen a la memoria. La primera, la de aquel gran testigo que fue don Primo Mazzolari: «La cabeza de Juan Bautista es aún más elocuente cuando colocada en la bandeja de Salomé y Herodías que cuando estaba sobre el cuello del Precursor». La voz de los mártires no enmudece ni siquiera después de su muerte. Y la segunda cita es una reflexión extraída del Diario del filósofo danés del siglo XIX, Soren Kuerkegaard: «Cuando el testigo de la verdad llega a la muerte, le dice a Dios: ‘Gracias incluso por los sufrimientos que me has dado. Gracias a ti, infinito amor’. Y Dios le responde: ‘Gracias a ti, amigo mío, por el uso que he podido hacer de ti’». En ese encuentro entre el mártir-testigo y su Señor, el primero confiesa a Dios que cuando se obra por amor no pesa siquiera el dar la vida: «Si un hombre no ha descubierto algo por lo que morir, ni siquiera es digno de vivir», decía otro mártir, Martin Luther King. En esos momentos oscuros vibra en la fragilidad humana la gracia divina con su potente eficacia. El Señor, a su vez, agradece a su fiel porque ha sido como su voz y su misma mano visible ante los hombres. El mártir ofrece su libertad y su persona a la acción de Dios. En esto se revela la virtud teologal de la fortaleza, que es gracia dada y esfuerzo personal. Entonces, como dice un sugerente proverbio indio, «la hoja de la espada que golpea al mártir huele a perfume de bálsamo». Llega de nuevo la silueta de Juan Bautista, el hombre de las tres a --austero, audaz, anhelante--, invitándonos a salir de esa fatiga que hace muy poco denunciaba en uno de sus articulos periodístico Guy Sorman, mientras se preguntaba, «¿de dónde viene nuestra repentina fatiga?», respondiéndose que «los valores de la democracia se ponen en tela de juicio en Occidente, incluso por parte de movimientos politicos que colocan los valores comunitarios nacionales, religiosos y étnicos por encima de los valores liberales». Y denuncia con fuerza: «A eso se le llama populismo, y el populismo no invita a la conmiseración hacia los demás sino que, al contrario, nos devuelve al estado tribal anterior a la filosofía de la Ilustración, anterior incluso al cristianismo». Hoy es un buen día para contemplar la cabeza de Juan Bautista, en la bandeja de la bailarina, probablemente entre el aplauso de los comensales. Porque hoy se prefiere el aplauso a la denuncia, sobre todo, si esa denuncia conlleva a la muerte, en cualquiera de sus modalidades. Al fin, la quiebra moral que atravesamos no es sino quiebra del hombre.

* Sacerdote y periodista