Desde mi época de estudiante de Veterinaria, que ya ha llovido, he oído hablar en Córdoba de los "caballos guzmanes y/o valenzuelas", famosos por su calidad en Andalucía. A pesar de haberme interesado por esclarecer esta cuestión, tanto las referencias escritas encontradas como las explicaciones orales recibidas me parecieron insustanciales, considerando, por ello, a estos caballos como leyenda popular de difícil demostración documental. Sin embargo, hace unos días un paisano de letras me comentó que había leído en la biblioteca municipal un artículo sobre una "raza especial de caballos cordobeses en el siglo XVI". Se trataba de un escrito de 1883 de José Pérez de Guzmán, quien glosando las bondades de la ganadería cordobesa, dedicaba su texto a la historia y reconocimiento de una "raza" de caballos, que en principio se denominaron "caballos guzmanes" y con posterioridad se les conoció como "caballos valenzuelas".

Pues bien, de dicho artículo, se infieren, entre otras, lo siguiente:

1º. Efectivamente existió en Córdoba esta ganadería, que se creó en el primer tercio del siglo XVI, y se perciben datos de su pervivencia durante los siglos XVII y XVIII. El hierro de estos caballos era en forma de corazón y por lo que refiere el autor, imputable al cronista en el que él se fundamenta (así como lo que dice Bolaños en su tratado de "monta a la Gineta", siglo XVII), se trataban de unos caballos de gran belleza, "airosos, fuertes y sufridos" que en el "correr, parar y andar a los costados no tenían semejantes".

2º. La ganadería que comentamos se conocía en principio --durante buena parte del siglo XVI-- como "caballos guzmanes", debido a que D. Luis Manrique, gentil hombre y encomienda de Córdoba de la Orden de Calatrava (concedido por servicios prestados a Carlos V en la paz y en la guerra), compró para echar a sus yeguas a Guzman (un alfarache y según el cronista un pobre diablo) un caballo bereber "rucio azul con el cabello y cola blancos y muy crespa", que la corte de Marruecos dejó en Córdoba a su paso para agasajar a nuestro rey Carlos por sufrir éste un "torozón" (me imagino que un dolor cólico) y sustituirlo por otro. Este caballo que resultó ser muy longevo y un gran padreador, cubrió las yeguas de D. Luis las cuales había comprado a D. Diego Aguayo --Señor de la Torre de Villaverde--, a D. Rodrigo Mexías -Señor de Madroñil y luego Marqués de la Guardía y Señor de Torrefranca--, así como otras de D. Pedro de la Cueva provenientes de Guadix y Baza.

Muerto D. Luis Manrique a edad avanzada, quien mantuvo el celibato por pertenecer a la Orden de Calatrava, el rey como gran maestre hizo pasar la ganadería a D. Martín Fernández de Córdoba Ponce de León (nieto del Conde de Cabra), quien incorporó a la piara otras 20 yeguas y un potro que él compró. D. Martín, a su vez, obsequió la ganadería a D. Gonzalo --Duque de Sesa y nieto del Gran Capitán-- al llegar éste de Italia en reconocimiento a su labor en aquellos reinos.

Cuando los servicios a la corona requirieron a D. Gonzalo volver de nuevo a Italia, éste dejó la ganadería a D. Juan Valenzuela, su caballerizo mayor y señor muy principal, quien --desde entonces "caballos valenzuelas"-- la consevó toda su vida. Tanto D. Juan como su hijo D. Gerónimo Valenzuela, vendieron a muy buen precio tanto potros como yeguas, hecho este que no había ocurrido con anterioridad, pues sus dueños pudientes y con gran estima a estos caballos sólo hicieron donaciones a señores muy principales.

Entre los compradores, uno de los que más yeguas adquirió fue D. Luis Gómez de Figueroa del encinar de Villaseca, quien al parecer fue de los que más tiempo mantuvo "la casta apurada". Luego, según el autor, las irreparables pérdidas de la guerra con la vecina Francia (guerra de la independencia), los posteriores siete años de intestinas luchas y dos crueles años de sequía, causaron un daño irreparable a esta ganadería cordobesa.

3º. La bondad de estos caballos se fundamenta en la fama y reconocimiento adquiridos por sus ejemplares entre los ganaderos coetáneos. Así, fueron admirados, entre otros, un caballo que tuvo el Duque de Osuna, otro del Conde de Medellín, el caballo "Lanzarote", un caballo bayo del Duque de Arcos y otro que perteneció al Duque de Medinaceli, éste ya en el siglo XVII. Además, cuenta el cronista que a D. Juan Valenzuela le reportaba la venta de la camada de potros cada año 2000 ducados, y que vendía en el vientre de la madre por 100 ducados muchos de sus potros, aunque la condición del trato era que si nacía hembra se quedaba en la casa.

Lo expuesto también podría ser aducido como una de las razones que inspiró a Felipe II a ubicar sus caballerizas en Córdoba, y a buen seguro que algunos de estos caballos fueron utilizados como sementales para conformar nuestro caballo andaluz. Igualmente, sirve a Cervantes para declarar a Córdoba, en el Quijote, "madre de los mejores caballos del mundo".