No sé si será porque la primavera la sangre altera, porque estamos ya muy cansados a estas alturas de curso, por las servidumbres del reloj y la esclavitud de la cuenta, porque no conciliamos la vida laboral, por el despiste político generalizado, porque al final del campeonato liguero algunos se vuelven muy sensibles, o porque la declaración de la renta no nos deja tan bien parados como pensábamos; pero observo últimamente que estamos todos como muy tensos y algo irascibles, o tal vez sea que vivimos muy estresados.

Las ventas de ansiolíticos alcanzan cotas históricas. Clientes pasados de vueltas, padres crispados e hijos histéricos, vecinos irritados, tensión en los trabajos, amigos enojados...

Mejor que reafirmar los elementos comunes que compartimos para la convivencia, rápidamente nos ofuscamos en las diferencias y buscamos el cuerpo a cuerpo. Saltamos como leña seca cuando alguien no piensa o siente como nosotros. Las redes sociales destilan ironía a veces, y mucho odio en otras. En lugar de respetarnos siempre, aceptar las disculpas en unos casos, y ofrecer soluciones alternativas en otros, desenfundamos nuestros arrebatos, y pedimos rápidamente la ejecución pública en la plaza, insistimos en la hoja de reclamaciones y enfilamos el camino del conflicto. Antes buscaban al abogado para arreglar las cosas como al médico para las heridas. Ahora lo buscan como al pistolero más legendario: para exterminar al enemigo, como si de un poblado del lejano oeste se tratara.

Esta realidad de pérdida de la compostura, de impertinencias e insolentes, donde la gente te atropella al hablar y al pasar, donde todo el mundo trata de cubrirse las espaldas, donde muchos disparan primero y preguntan después, exigiría una reflexión, mucho más profunda que estas líneas, sobre hacia dónde caminamos y con qué paso y velocidad lo hacemos, triplicando en los últimos 10 años el consumo de antidepresivos en nuestra sociedad desarrollada. Siendo, en paradoja, la generación que mejor vive, que cuenta con más medios de conocimiento e información, de diversión, más esperanza de vida y más protección social.

Y precisamente, en ese escenario, esta noche se abre paso con urgencia, y sube el telón, la feria de Nuestra Señora de la Salud como medicina, mundana más que sagrada, para esta feria de las vanidades y este festín de la impostura. Como oasis de terapia donde el tiempo no existe. En el centenar de sus casetas, en el albero de su recinto, en el fino de la tierra y en el rebujito fresquito, en la vistosidad de los trajes flamencos, en la alegría de la música y en el baile compartido, encontraremos un alivio aunque sea pasajero, para rebajar el pistón y olvidarnos de tensiones, para agasajar a los amigos, para retornar al camino del júbilo, para generar endorfinas, para encontrarnos con ese otro lado de la vida, que es la convivencia y el buen ánimo, y que también es el nuestro. Ponte a dieta de pensamientos negativos y personas destructivas, esas que perturban y confunden. Disfruta y descansa del mal rollo en esta feria. Un campo que ha descansado, ofrece siempre una cosecha generosa.

* Abogado