El lunes fuimos a la Mezquita-Catedral. En la puerta del monumento más mercantilizado de la ciudad, hay una proclama para, con retórica grandilocuencia, decirle al visitante, entre otras cosas, que está en "la principal iglesia de la diócesis, madre de las demás iglesias y centro capital de la vida litúrgica diocesana". Junto a ese pomposo cartel vimos otro en el que se establece media hora, de 9,30 a 10, para los oficios divinos, en la propia Catedral --no hablamos de la parroquia segregada--, cualquier día laborable. Desconcertados porque "el centro capital de la vida litúrgica diocesana" solo dedique treinta minutos diarios a la oración --el resto del tiempo es para acoger turistas--, nos acercamos a la iglesia de San Pablo, que no pertenece al Cabildo por decisión de la Sala Primera del Tribunal Supremo. En la cancela están los horarios del culto. Diariamente hay tres misas --los domingos siete--, el rezo de vísperas, el rezo de laudes y hora y media de adoración al Santísimo. Nos sorprendió que una iglesia que no es, como la Santa Iglesia Catedral, "madre de las demás iglesias", supere las actividades sacras que tienen lugar en "el centro capital de la vida litúrgica diocesana". Ante lo expuesto, con la exactitud absoluta de la trascripción, cualquier católico mínimamente sensible desea que termine el mercadeo que se trae el Cabildo, ante el silencioso pueblo de Dios, con la Mezquita-Catedral. Puro negocio material cuyos efectos, al tratarse de lugar consagrado, no pueden diluirse celebrando centenarios, otorgando becas, montando exposiciones o convocando premios, para ocultar el escaso tiempo que lo dedican a la piedad. Nos han dicho que un grupo de católicos va a pedir al obispo que los miembros del Cabildo celebren, a diario, la Eucaristía en "la madre de las demás iglesias", que ahora parece la madrastra. Esa iniciativa recobraría el buen camino perdido.

* Escritor