En la distancia, desde Bruselas, y escribiendo en vísperas del Custodio de Córdoba, quiero con el corazón, y con ayuda del pensamiento, estar en esa plazuela trapezoidal, abierta hacia el arroyo de San Rafael y casi cerrada con ese frontal de la fuente adosada al muro encalado con su pilón barroco, en donde el agua cae con sones continuos y armónicos, dando un acompañamiento al repicar de las campanas de la Iglesia del Juramento. Lugar de visita obligada, el ir a ver al Arcángel, al vecino más ilustre de San Lorenzo y de la Axerquía, en su festividad. Para verle en su templete neoclásico, airoso, casi ingrávido, como si hubiera acabado de llegar, después de una vigilia de patronazgo sobrevolando la ciudad, y acabara de posarse, aún con las alas abiertas, en ese lugar, su casa, que la ciudad le alzó en su día. Desde aquí, vecino San Rafael, te deseaba: ten un buen día, que las campanas con sones de «castratis», y el coro del agua de la fuente, te acompañen en tu festividad, como música celestial, mientras tu casa, estará, no lo dudo, repleta de Rafaeles/as y de toda Córdoba, pues tú, Rafael eres su vecino más ilustre. Desde el Alminar de la antigua Mezquita, torre posterior de su Catedral, por la obra de Hernán Ruiz, el Viejo y de su hijo, y hoy orgullo del complejo de la Mezquita-Catedral, hasta los múltiples triunfos, levantados por toda la ciudad, estás presente, como un cordobés más, siendo saludado por todos, como: ¡Rafael, tocayo, me alegro de verte!

Bruselas (Bélgica)