Leo que se está haciendo muy popular entre la alegre muchachada británica que asuela Magaluf un tatuaje consistente en una frase que afirma: I took Madeleine McCann (Yo me llevé a Madeleine McCann). No sé quién es el tarado que ha tenido tan brillante idea, pero debe tratarse de alguien que ha visto una posibilidad de negocio en su repugnante iniciativa. Y me cuesta entender que alguien, por muy borracho y envilecido que esté, quiera tatuarse una frase que ironiza sobre una desgracia horrible, la extraña y nunca resuelta desaparición de una niña inglesa en Portugal hace ya unos cuantos años. Espero que ninguno de los tatuados se cruce con los padres de la cría, pues si le parten la cara no podrá decir que no se lo ha buscado. Pero lo que realmente me preocupa -moderadamente, pues ya estamos muy acostumbrados a exabruptos en las redes sociales y a que los imbéciles insensibles consideren que sus groserías están protegidas por la libertad de expresión- es que alguien tenga una idea tan macabra y que sus clientes se apunten a ella porque la encuentran ingeniosísima. Reconozco que, durante la emisión de la primera temporada de Twin Peaks, adquirí una camiseta en la que podía leerse Yo maté a Laura Palmer, pero no creo que sea lo mismo una broma sobre un personaje de ficción que la burla cruel de una desgracia humana que ha destrozado a una familia.

En todo caso, curiosa manera de celebrar los 40 años del llamado Verano del Amor en San Francisco, donde había que desplazarse con flores en el pelo, como aconsejaba Scott McKenzie, y ver cómo la esquina de las calles de Haight y Ashbury se había convertido en el centro del (nuevo) mundo. Lo del tatuaje más bien parece un homenaje a las matanzas de Charles Manson y su pandilla, que tuvieron lugar en 1969. Pero es poco probable que el tatuador y sus clientes sepan quién es Charles Manson. Yo diría que no saben nada de nada y que su brújula moral se estropeó hace tiempo: lo suyo es una nueva muestra de idiotez dañina en un mundo en el que cada día proliferan más y contra las que -es imposible legislar contra la estupidez- solo cabe el lamento moral.

* Periodista