La capacidad desestabilizadora del ‘brexit’ ha llegado al corazón del Gobierno británico. La debilidad de Theresa May, con la mitad de su gabinete en contra, predisponía a una crisis manifestada lentamente durante su breve mandato. Las minicrisis se habían resuelto, pero nunca de una forma definitiva. Ahora llega la gran crisis, primero con la dimisión del ministro para el ‘brexit’, David Davis, contrario al plan de May de mantener una estrecha relación económica con la UE tras la salida británica, y después con la del controvertido ministro de Exteriores, Boris Johnson, que había descalificado con dureza el plan de May. Las consecuencias son imprevisibles. La continuidad del Gobierno está en la cuerda floja. Contraviniendo su carácter de pragmáticos, los británicos se lanzaron por una estrecha mayoría al aventurismo votando a favor de la salida del Reino Unido de la UE. Lo hicieron sin un plan, sin medir las consecuencias y en medio de una gran división política y social. En este conflicto, la UE ha logrado mostrar una insólita unidad dadas las graves diferencias que arrastra en otros puntos. La crisis británica no debería romper dicha unidad. Y el Partido Laborista, que con Jeremy Corbyn ha mantenido una posición cuanto menos ambigua con el ‘brexit’, debe hacer gala de responsabilidad. Los europeos no podemos dejar que quienes desde fuera de la UE aspiran e intrigan por desestabilizarla consigan su objetivo.