Todos los hemos visto. A cualquier hora del día o de la noche, en cualquier estación de año, el improvisado hábitat que sirve de vivienda callejera a los habitantes del Boulevard del Gran Capitán nº 11. A veces malvive un hombre extranjero, a veces dos, otras una pareja, a veces sobre mantas, otras en cartones, y hasta en un colchón de matrimonio sobre el suelo de la calle. Actualmente, tres residentes bajo la blanca paloma, otrora exponente del poder financiero local, que nada tiene que ver ni con el Rocío ni con el Espíritu paráclito ni con poder espiritual alguno, sino más bien con la falta de éste. Maltrechos entre algunos sillones descosidos, unas mesas rotas, mantas y poco más, coexiste junto a nosotros ese mini campamento de nuestra vergüenza, ese hábitat permanente de la indignidad humana, este exponente de la marginalidad social, este ejemplo de incompetencia institucional.

Dándoles de comer a las palomas, usando los aseos públicos del paseo, viviendo materialmente en el suelo ante la mirada de viandantes, vecinos, y responsables públicos. Me pregunto por la dignidad de estas personas, por su estado mental, por su abandono social al que no llegan programas públicos de acogida ni estancia diurna, por los límites de la voluntariedad a vivir de forma permanente en el ancho de la calle, por los derechos de vecinos y locales.

Tuve hace años un cliente que también vivía, literalmente bajo un puente, y pese a los intentos de su familia, y los numerosos escritos cursados en instancias judiciales y médicas, el profesional de salud mental que le correspondía por zona no quería firmar el internamiento involuntario de aquélla persona, y el laberinto burocrático e institucional no dió respuesta pese a las comisiones mixtas, los planes de seguimiento y de emergencia social.

No es una cuestión estética que afee a nuestro turismo, ni tampoco una enseñanza imprevista para nuestros hijos pequeños, que vuelven la vista ante esos seres humanos durmiendo y viviendo en el suelo sin más pertenencias que aquellas que cogen en un carrito de la compra. Observo la reacción de indiferencia de unos, de condena de otros, de acercamiento de colectivos sociales, y me pregunto qué nos falla para permitir de forma permanente estas situaciones injustas con la vida de estas personas y con su dignidad, e injustas también con nuestro sistema de valores y con quienes pagamos nuestros impuestos y pedimos la atención social de todas las personas, incluso de aquéllas que lo rechazan.

No es un asunto de mendicidad, ni coyuntural como lo acredita el dilatado tiempo de residencia en Boulevard 11, sino un asunto social, de salud y de dignidad para el que deberíamos de tener respuestas que, a la vista está, no existen.

* Abogado