En menos de una semana, los estadounidenses han visto su seguridad amenazada, primero por el atentado contra el maratón de Boston y después por el gran accidente en una planta química de Tejas. El descomunal despliegue de medios de las autoridades para la captura de Dzhokhar Tsarnaev, de 19 años, uno de los dos hermanos sospechosos de ser los autores del atentado, indica la inquebrantable voluntad de detener al posible superviviente del tiroteo con la policía, pero también la absoluta necesidad de devolver la seguridad a una ciudadanía alarmada que ha redescubierto su vulnerabilidad.

Más allá de este doble objetivo, es prematuro elaborar teorías sobre lo ocurrido en Boston. Se desconocen los motivos que llevaron a estos hermanos a atentar contra un acontecimiento deportivo y festivo, si es que se confirma su autoría.

Hay todavía confusión sobre sus datos personales. No se sabe si actuaban como dos lobos solitarios o formaban parte de una conspiración más amplia. Y, si su islamismo se había radicalizado, cuándo y dónde dieron ese paso.

Entre tantas incógnitas solo hay un dato claro: el origen checheno de los hermanos Tsarnaev, y eso tendrá consecuencias. Cuando en Washington se está debatiendo con grandes dificultades una ley de inmigración, lo ocurrido en Boston será utilizado --pese a que los dos jóvenes tenían residencia legal en Estados Unidos-- por quienes se oponen a la ley.

Por su parte, Vladimir Putin (el político que actualmente ocupa la presidencia de Rusia, que ya había ejercido anteriormente por dos mandatos consecutivos de 2000-2004 y de 2004-2008, lo que lo convierte en el que más tiempo ha estado en ese cargo desde la caída de la URSS).que aplastó a sangre y fuego el independentismo checheno pero sin conseguir acabar con la vertiente más radical, como han demostrado diversos atentados en Moscú en los últimos años, tendrá más argumentos para combatirlo.

Al mismo tiempo, Barack Obama se verá obligado a revisar algunos aspectos de las relaciones de Estados Unidos con Rusia; en concreto, en lo que respecta a Chechenia (república constituyente de Rusia en la que tras el desmembramiento de la Unión Soviética fue declarada la independencia del territorio, bajo el nombre de República Chechena de Ichkeria con la oposición del gobierno ruso, que después intentó recuperar el control del país mediante su intervención militar). Ni Bill Clinton ni George Bush se refirieron nunca a la república caucásica. A lo máximo que ambos llegaron fue a pedir un acuerdo pacífico pero partiendo de la base de que se trataba de un conflicto interno de Rusia. Obama, ni siquiera esto. Este silencio iniciado hace 20 años ha sido una precondición de Moscú para mantener unas relaciones fluidas con Washington. Ahora, el presidente no podrá omitir Chechenia ni ignorar que para Putin combatir el islamismo radical del Cáucaso forma parte de la guerra contra el terror.