Pregunté a un amigo irlandés, que lleva treinta años viviendo entre nosotros y con nacionalidad española, qué era aquello que no había llegado a entender de los españoles. El orgullo español, me respondió; aunque eso mismo le llevase al desconcierto de ver cómo a pesar de tanto orgullo nos las tragábamos dobladas, esa fue su misma expresión pues tiene gran dominio de vocabulario y localismo. No ha sido así con los pensionistas que se han rebelado contra la supuesta revalorización que les vende el Gobierno y contra las mentiras que sus ministros van pregonando por los telediarios: que las pensiones no han perdido poder adquisitivo. Son los argumentos de la rociera Fátima Báñez y del malencarado Rafael Hernando que, unidos a la carta recibida con el anuncio de la subida de la pensión en un 0,25%, han desembocado en las manifestaciones del pasado jueves. Una movida de yayos que me recuerda la profecía de las brujas al ambicioso Macbeth, cuando le adelantan su triunfo y fortuna, una vez proclamado rey de Escocia. Pero, ¡ay!, «Macbeth seguirá invicto y con ventura/ si el gran bosque de Birnam no se mueve/ y, subiendo, a luchar con él se atreve,/ allá en la misma altura». O sea, las brujas vienen a decirle: echa a correr, Macbeth, cuando veas que el bosque avanza hasta las puertas de tu castillo. Si el inquilino de la Moncloa, además de leer el Marca, lee a Shakespeare, sabría interpretar la marcha de los pensionistas que han tomado las calles y plazas en las principales ciudades españolas, llegando hasta las mismas puertas del Congreso, que es algo así como mesarle las barbas a Mariano Rajoy. Su Gobierno, que ha descabezado sin piedad las humanidades, no debería olvidar la enseñanza de Macbeth y la metáfora del bosque de Birnan, pues cuando los nueve millones de pensionistas españoles se pongan cabreros y hagan valer sus votos el sillón de la Moncloa será un cadalso justiciero en el que pueda acabar la hégira Rajoy. Son los pensionistas los que de una elección a otra pueden darle la vuelta a la tortilla, de ahí mi extrañeza al ver a los del PP responder tan altivos y ufanos a los abuelos. Hasta ahora los pensionistas han funcionado muy bien, los han traído y llevado para llenar mítines, los alcaldes los agasajan y los pasean cuando viene el año electoral, dan ternura a los carteles y son la fiel infantería de los partidos conservadores, pero todo tiene un límite y el bosque ha comenzado a moverse en dirección a Madrid. Cuando jubilados, pensionistas y viudas ven jibarizadas sus pensiones, sienten la incertidumbre de sus nietos, los hijos no salen del paro y enciman tienen que escuchar las sandeces de Bañez es llegada la hora de hacer un Shakespeare.

* Periodista