Los principales países occidentales, pero también los rusos, son aficionados a bombardear países en conflicto. Es la manera de matar y destruir menos arriesgada para nuestros ejércitos. Pero está repleta de carnicerías de inocentes (daños colaterales llaman a estos espantos). Ahora la emprenden contra los sirios --contra todos los sitios-- aunque afirman que sólo atacan a las infernales cuadrillas del Califato Islámico, el yihadismo más cruel.

Aquí en España, el reflejo más chusco de esta nueva escalada bélica lo escribe la prensa más afín a Mariano Rajoy cuando revela que al presidente le preocupa que la tensión obligue a España a mojarse en el conflicto en plena campaña electoral. Está claro que el PP no se olvida del quilombo que metió Aznar con sus delirios guerreros en Irak. Pero esta mezquindad no es única. Sarkozy y Cameron ordenaron en 2011 bombardear Libia (¡la que liaron!) por motivos políticos y electorales particulares. Y ahora Hollande hace lo propio en Siria para demostrar (?) a sus electores que no está tan desgastado, ni tan corto es su vuelo.

Estas vomitonas de infierno protagonizadas por unas máquinas y unos pilotos sobrevalorados, las inauguró Hitler cuando ordenó bombardeos inclementes sobre Londres y otras localidades inglesas. Pero ingleses y norteamericanos copiaron muy bien el método y deshicieron luego docenas de ciudades alemanas tras el lanzamiento de miles de toneladas de bombas desde miles de metros de altura, o sea, con mínimo riesgo. Desde entonces, esto de las bombitas gusta más a los gobiernos si cabe que a sus Estados Mayores.

En nuestro tiempo presente, el renacer del bombardeo como única acción de guerra se inaugura en Belgrado. La OTAN, con Javier Solana al frente, decidió en la primavera de 1999 parar la ofensiva criminal del agresivo Milosevic en Kosovo, machacando la histórica ciudad de los serbios y convertir en conejos humanos a sus alucinados habitantes. Estos bombardeos por más de dos meses fueron muy celebrados no ya por la izquierda, sino que levantó de su letargo a buena parte de la intelectualidad europea que llegó a calificar la agresión militar de "guerra humanitaria".

Desde entonces en Europa no inquietan demasiado este tipo de acciones bélicas, pues casi no comprometen el pellejo de nuestros chicos y suelen parar a los fanfarrones islamistas y otros que no lo son. Claro que los gobiernos no informan cómo, una vez que nuestros aviones retornan a sus bases, el furor de los radicales se hace con el favor de los mansos y replican nuestras "agresiones" con más guerra, terror, desaparecidos y refugiados. Sin ir más lejos, Siria ha arrojado a más de ocho millones de sus naturales por el mundo. Un suceso, que si lo trajéramos a España y lo relacionáramos con nuestra población, significaría que habríamos echado al mar a la población total de Andalucía, Valencia y Cataluña.

Aunque lo más triste de todo es que después del ataque no sabemos que hacer con los que huyen. Un mundo desquiciado el nuestro.

* Periodista