William Gladstone, líder del partido liberal y tres veces primer ministro en el orgulloso e imperial Reino Unido, perorando en la Cámara de los Comunes una mañana otoñal de 1869, predijo que la gran revolución del ferrocarril marcaría en el futuro el progreso de las naciones.

Nos hemos acordado de la acertada aseveración del político británico al reparar en el hecho de que, durante los últimos 25 años, los ferrocarriles españoles han pasado del tercermundismo que los atenazó durante la dictadura, con la mínima excepción del Talgo --6 horas de Córdoba a Madrid--, a la puntualidad, la rapidez y el confort actuales, que nos sitúan --debemos reconocerlo, si la razón manda-- en la cabecera del transporte ferroviario europeo.

El mes que viene se cumplen las bodas de plata con la alta velocidad, a la que dieron nombre común de pájaro volador, y que está en el origen del «milagro» que se generó en Andalucía con motivo de la Expo sevillana del 92. En el cuarto de siglo transcurrido ya hay 30 capitales conectadas --lo que empiezan a llamar Red de Ciudades AVE-- por este medio, veloz e impoluto, que todos anhelan verlo transcurrir o detenerse en sus estaciones y que, desde la implantación, lleva transportados 357 millones de pasajeros --en 2016, 1,8 millones más que el año anterior-- con un índice de retrasos insignificante, pues resulta muy frecuente que los usuarios de la alta velocidad española --de ahí procede el popular acrónimo AVE-- adviertan que se ha adelantado unos minutos el horario de llegada a sus destinos.

Todo ello contrasta --es curioso-- con el vaticinio que hizo, al inaugurarse el flamante servicio ferroviario, el preclaro ex presidente Aznar, a la sazón jefe de la oposición parlamentaria a González. Entonces, pregonó, haciendo gala de su donaire habitual, que la ferroviaria aventura del AVE, ocasionadora de un gasto faraónico, era un éxito pasajero, momentáneo pues, concluida la Expo, el empeño resultaría inviable. Acierto parecido al que protagonizó manifestando a los cuatro vientos que Iraq poseía armas químicas. Unos alardes de «ojo político», que no empañan otras memorables destrezas. Verbigracia: Conseguir la amistad íntima del belicoso Bush (jr), que lo invitaba a almorzar algunos fines de semana allá en su rancho grande; la heroica reconquista de Perejil; el impulso a la burbuja inmobiliaria mientras anunciaba que España iba bien; haber sido el «nodrizo» político de Rato y Rajoy; etc.

Pero dejemos en paz a don Josemaría y volvamos a la vía del AVE para conmemorar como se merece el jubileo, las bodas de plata al cumplirse los 25 años --parece que fue ayer la inauguración-- del evento y reconocer que la alta velocidad, además de sus muchas virtudes, está resultando un soporte excelente, en los malos momentos de la crisis, para el turismo interior y foráneo, que nos ha colocado en el segundo lugar del Continente. E incluso para mejorar la educación ciudadana en el trato con los enseres públicos de uso comunitario. Hoy es inimaginable que un viajero tenga la malvada ocurrencia de gravar con un punzón o una navajita, su nombre, su queja o su declaración de amor en los paneles de los vagones, como sucedía antes de los pasados años 90, cuando un día sí y otro también, se caían las catenarias y en las pizarras de las estaciones escribían con tiza los proverbiales retrasos de todos los trenes: rápidos, carretas, expresos...

A todo lo expuesto, cabe añadir que esta efemérides es un particular orgullo para Andalucía, pues la génesis del AVE tuvo lugar en estas tierras del Sur, tantas veces dejadas de la mano e injustamente preteridas.

* Escritor