El otro día fui al estreno de una obra de teatro aburridísima con mi amigo Germán, y como no teníamos nada mejor que hacer ante tal espectáculo soporífero nos dedicamos a buscar entre el público a personas conocidas, con las que ya no nos apetece hablar. Nos dimos cuenta de dos cosas. La primera, que nos estamos haciendo mayores; y la segunda, que molaría un montón poder bloquear a la gente en el mundo real. ¿Por qué nos incomoda tanto saludar a alguien que nos cae mal o que nos ha hecho daño en el pasado? Lo suyo sería pasar de largo como si nada, pero una fuerza paranormal no te deja hacerlo.

Todos nos sentimos mal ante esta tensión absurda creada entre dos personas que han pasado del todo a la nada. A veces ni siquiera eso. Exjefes, examigos, exnovios o simplemente tipos que te caen fatal, que te dan pereza o que te rallan. Cuando vemos a esas personas, el espíritu de la rabia nos invade, no nos deja pasar página y deseamos con todas nuestras fuerzas que él haga lo mismo que tú y no te salude. A todos nos ha pasado esto alguna vez. El momento de cambiar de acera, agachar la cabeza, hacerte el loco y disimular para no tener que afrontar esa incómoda conversación. Pagarías millones de euros, si los tuvieras, para que Dios cogiera al personaje en cuestión y lo mandara en medio del Sáhara o de la selva amazónica durante los años que te quedan de vida. En serio, no le deseo nada malo, solo pido no tener que volver a verlo jamás.

Mi amiga Ares escribió el otro día en Twitter: "La gente débil busca venganza, la fuerte perdona y la inteligente ignora". Pues aquí les tengo que decir, señores y señoras, que yo soy débil. Débil porque no soporto encontrarme con mi ex y, como hacen la mayoría de los mortales, no dudo en darle al botón de bloquear antes que al de ignorar.

* Periodista