Las bibliotecas son templos paganos, muros revestidos de un calor mineral, con la tinta encendida de palabras honestas. Una biblioteca, como una librería, nos protege del mundo, nos ampara, puede liberarnos de cualquier intemperie; pero es, también, una arquitectura de plegarias, de oraciones salvajes, con sus revelaciones y sus credos poéticos. En Córdoba tenemos muy buenas bibliotecas y brilla especialmente la Central. Si además hablamos de bibliotecas públicas, el concepto se amplía, se magnifica, con una tensión cívica en el uso común. Los libros son para compartirlos. Por eso el Real Decreto del 1 de agosto sobre el canon de los libros de las bibliotecas viene a perturbar lo que funciona bien, y no convence a nadie: para los bibliotecarios, supone un repago de los ejemplares ya adquiridos --y ya pagados-- que reducirá las partidas de las bibliotecas, cada vez más mermadas. Cedro, que gestiona los derechos, también critica que la recaudación será insuficiente por "simbólica". Y los autores, o al menos una mayoría, no vemos conflicto entre la gratuidad del préstamo de libros y nuestra propiedad intelectual, porque esos libros ya han sido pagados. Es, en suma, una medida absurda, que no agrada a nadie y únicamente reduce la inversión en bibliotecas públicas, que ya en 2012 recibieron solo 41 millones para nuevos fondos, frente a los 64 de 2008. Como sociedad, podemos renunciar a muchas cosas, pero no a las bibliotecas de todos, con su explosión de vida. Cada vez que un niño empieza a deambular entre sus anaqueles la esperanza se abre hacia un futuro más consciente y libre.

* Escritor