Fue el escritor argentino Jorge Luis Borges quien dijo que siempre había imaginado el paraíso con forma de biblioteca. Seguramente el poeta y narrador bonaerense hubiera disfrutado visitando uno de los espacios culturales más relevantes de nuestra ciudad, la Biblioteca Central de Lepanto.

La Central está situada en terreno de lo que fue el cuartel militar construido en tiempos de Alfonso XII, un enclave muy popular de nuestro entramado urbano, unas coordenadas de bancos y palomas en las que confluyen la "vidilla" comercial de La Viñuela y la estampa antigua de la plaza Corazón de María, justo en un margen de la intersección entre el reposo de las cafeterías de la avenida Barcelona y el incesante tráfico de la Ronda del Marrubial. Fuera pueden verse abueletes saboreando casi sin palabras el dulce sol de invierno, corrillos de estudiantes ociosos pertrechados de móviles de última generación, opositores de gesto reconcentrado que fuman solitariamente, mujeres que van o vienen de la compra tirando rápido del carrito de sus preocupaciones.

Una calma acogedora se hace notar tras las puertas del edificio. A veces, sentados cerca de la pared del vestíbulo con mucha corrección, hay hombres desamparados que se protegen de la intemperie. Al fondo, tras el mostrador en el que el personal atiende amablemente a los usuarios, un patio central oxigena el recinto. Si el visitante curiosea en la planta baja puede adentrarse en la sala dedicada a la literatura infantil y juvenil, un escenario abundantemente surtido para lectores sin prejuicios con ganas de ponerse manos a la obra. En todas las dependencias reina una luminosidad diáfana, una claridad cóncava de techos altos y mobiliario funcional, un laborioso silencio de apuntes subrayados y esfuerzos sostenidos en el tiempo. Bibliófilos de toda condición caminan en busca de volúmenes meticulosamente ordenados en estanterías mientras los ocupantes de los puestos de lectura están a lo suyo.

La Central es un testimonio ejemplar del valor de lo público, un espacio en el que se concretan cotidianamente nociones abstractas como la igualdad de oportunidades o el necesario contrapunto de derechos y deberes ciudadanos.

Leo una noticia antigua que cifra el coste del proyecto de rehabilitación y equipamiento de esta biblioteca en seis millones de euros. Sanear los activos de Bankia costó 18.000 millones. El "fondo de reptiles" destapado por el caso de los ERE pudo ser de unos 700 millones. Pienso en la cantidad de infraestructuras y servicios verdaderamente útiles de los que podríamos disfrutar si viviéramos en un país menos corrupto y de hábitos democráticos más afianzados, un país en el que la conciencia cívica de tanta buena gente supusiera un verdadero contrapoder, un país en el que los políticos fueran menos irresponsables y entraran de vez en cuando en una biblioteca.

* Profesor