Hace cuatro años y un día, se cerró uno de los episodios más singulares de la Iglesia moderna. Benedicto XVI podría catalogarse como un sesudo teólogo, pero su paso a la Historia necesariamente se vehiculará por su abdicación. Papas solo hay uno, como Reyes --salvo que mores en los Siete Reinos de Poniente-- pero la figura del Emérito colea como un fantasma carnal liberado de las ataduras del cargo. Ratzinger comprobó que la designación del Espíritu Santo recayó en un sosias de formas y liturgias muy diversas, pero que venía a apartar, no el grano de la mies, sino los lobos de los corderos.

El mundo ha cambiado mucho desde aquel 13 de marzo de 2013, cifra con tufillos cabalísticos para los agoreros. Dicen que Jorge Mario Bergoglio fue elegido en segunda convocatoria. Y no nos referimos a las quemaduras de las papeletas en la estufa de la Sixtina, sino que 12 años atrás, tras el longevo papado de Wotjyla, su nombre irrumpió con fuerza como sucesor del Papa polaco. Parece que su paso atrás lo descartaba como papable en el Cónclave del Papa vivo. Pero aquel marzo Bergoglio vino a significarse con los zapatos viejos y las novísimas formas del primer Papa austral.

Cuatro años anchísimos. En la antesala de aquella primavera, el Daesh aún no había irrumpido en escena; Siria era un problema menor para las vergüenzas de Occidente y Francia no había conocido en sus entrañas esta nueva ramificación del terror. Francisco viene ejerciendo su Pontificado en tiempos convulsos, tremendamente agitados para el enfrentamiento. Como un calcetín, vino a darle la vuelta a la liturgia de la misericordia, pero son muchas las sensibilidades de la Iglesia, y moverlas al unísono resulta tan lento como hacer avanzar sobre rodillos la pesada piedra de un obelisco. Chinas no le han faltado en el camino, porque el Dios de los hombres puede mostrar su infinita humildad, pero sin renunciar a la maiestas.

Quizá por eso desmitifica los aposentos renacentistas y se aproxima más al hule de los desayunos conventuales. Y en su agenda de viajes, marca como próximos destinos Colombia y Sudán del Sur, país este donde mi hermano iba a apostolar oyendo no muy lejos las balaceras. ¿Dónde está el hueco para España en las rutas del Papa sudamericano? No sabemos si queda margen para la resabiada Madre Patria, aunque sea por las connotaciones futboleras de un hincha del San Lorenzo de Almagro. Pasó el tren del centenario de la santa de Ávila, y no ha noticias cercanas, cuando lo más cercano será su peregrinaje a Fátima. Quizá esta postergación obedezca a que no percibe la intensa piedad de lo convulso; o que esta Curia aún se alinea con las viejas formas, achicando tremendas dualidades: bizarros jeromines que simulan las provocaciones del martirio, exhibiendo vulvas y otros extraños actos de fervor en autobuses naranja. Mutis para este caso y misas de desagravio para un pamplinas que se trasviste de un Dios que ya no proclama autos de fe, provocación fácil que no tiene la angustia añadida y consecuente de los caricaturistas parisinos. A Bergoglio le queda mucho camino en este mundo desorientado. Y parece que ante esas prelaciones, habrá que decir como Diego Galán respecto a la visita de Jack Lemmon a San Sebastián: Bergloglio nunca estuvo aquí.

* Abogado