Este año he hecho mi belén como un hospital, formando las figuritas, el río, sus estrellas con el profundo misterio del dolor y del amor que palpitan en ese sitio. El niño Jesús es cada ser doliente, cogido en el miedo, la incertidumbre, el sufrimiento y la soledad. Su cunita es su cama, con las pajas del cansancio, de otra noche más para otro día más. La mula y el buey son el tibio aliento de la esperanza en la vida. La Virgen es la mujer junto al enfermo. Ella aguanta todo el dolor, las noches, los días, la angustia, porque después de ella ya no hay nadie más a quien descargar el alma. San José es el padre, el hermano, el amigo que ven el dolor, el suero, la herida, y no pueden hacer nada. Los ángeles son la médica y el médico, la enfermera, los auxiliares, el celador, esas almas que han hecho puro amor de un trabajo que consiste en estar cada día en contacto con el sufrimiento, la vida o la muerte, y la larga espera de cada noche hasta el amanecer, y la entrega, y la fe. Los pastores son los cocineros, las mujeres que llevan la comida; el fontanero y el electricista, que mantienen la luz, el agua y el calor en el belén; el guardia de seguridad, el conductor de la ambulancia, la funcionaria que tramita documentos. Los Reyes Magos son los voluntarios que traen sonrisas y sorpresas. ¿Herodes? La enfermedad, ese ente de todas las inseguridades. Estas figuritas tan humanas, tan vivas en el anonimato de su oficio, regresarán del trabajo la mañana de Navidad por calles vacías, solo recorridas por el frío, las hojas secas, el gris del horizonte. Entrarán en su casa. Los suyos dormirán. Huele a anís y a dulces. Están apagadas las luces del árbol. Alguien se ha dejado el abrigo en el sofá. Platos sucios en el fregadero. No apetece comer nada; un café, quizás; porque el cansancio solo da ya para coger la cama e intentar dormir. Los recuerdos del hospital en esa Nochebuena. El abuelo al que le dieron el alta. La niña que espera los juguetes. La madre que ha dado a luz. En el balcón hay una estrella. Es la esperanza; una infinita esperanza que va dejando una estela de oro y de amor en cada latido del tiempo. Siempre la esperanza, porque Dios no nos deja nunca de su mano. Y, por fin, la paz en ese corazón que ya duerme tras esa noche de guardia.

* Escritor