En los primeros meses de la Guerra Civil española los jóvenes fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro llegaron a España desde París para cubrir el gran acontecimiento de sangre. Con el tiempo dejaron las imágenes que identifican en el mundo aquella lucha fratricida; aunque ellos no estuvieron satisfechos nunca de su trabajo, pues sus cámaras no podían capturar “toda la guerra” y su pléyade de acontecimientos feroces necesariamente noticiosos. Así que se tuvieron que conformar con algunas escapadas a los frentes del sur (Córdoba), el Ebro, Teruel y esos días en los que el ejército de Franco llegó hasta Amposta “rompiendo las montañas”. También Madrid, casi todo en Madrid: la universitaria, el Jarama y Brunete, donde todo acabó para Taro. Así pues, ¿fueron sus fotos la imagen de la guerra española? En realidad, no, pero gran parte del mundo y la causa republicana la hizo suya.

Hoy ya no caminamos solo con los Capa y Taro, incluso si los acompañamos de otros fotógrafos estupendos: Centelles, Casariego, Alfonso, Santos Yubero..., son decenas de miles de millones las cámaras que fotografían el latido del mundo. Sin embargo, no llegamos a obtener la imagen precisa de su estado; si acaso atisbamos la impresión de una rara macedonia a todo color. De igual manera se puede hablar del alud de noticias con el que nos entierran todos los días los informativos y las redes sociales. Soportamos no menos de diez o quince noticias de primer orden, algunas de ellas proyectadas como puños sobre nuestros ojos y conciencias. Son tantas que no las podemos ordenar y menos aún valorar. Se convierten, así, en un estorbo molesto con el que es imposible convivir y al que hay que barrer y depositar en el lugar reservado para la basura en nuestra memoria.

Todo esto ocurre en el mundo que se nos asemeja y singularmente en España. Son incontables las redadas policiales de notables, la sospecha de que vivimos en una charca de ranas se generaliza y el estrés político a causa de la cuestión catalana alcanza cotas tales que avizoramos ya ese día en que todos los españoles, incluidos los catalanes, miraremos a la ciudad de Barcelona con la aprensión aterradora de quien vio por primera vez la película Psicosis.

Hace unos días un exbanquero conocido, convertido en tal por una decisión política, pero con un desempeño financiero notable (y tramposo al cabo) se suicidó con un disparo de rifle, y el Congreso de los Diputados dictaminó que el exministro del Interior Fernández Díaz y su segundo, valiéndose de unos mandos policiales, “obstaculizaron la investigación de los escándalos de corrupción que afectaban al PP y persiguieron a sus adversarios políticos”. Y en unos días veremos al presidente del Gobierno y del PP testificar en el juzgado sobre esa caso de corrupción que se llamó Gürtel.

Luego vendrá agosto y las carreritas matinales, el pulpito y el gin tónic de la noche. Septiembre llegará con todo su olvido puesto. Pero ¿todo? No, todo queda reposado en el basurero de nuestra memoria, en las imágenes y bases de datos guardadas y en los papeles de las hemerotecas. El trabajo de los futuros historiadores será ingente.

* Periodista