Bartomeu solo juega a la supervivencia de Bartomeu. El resto es tiki-taka de salón, un regate sin gracia ni sentido del pase, de la profundidad ni de la estética en el césped. Bartomeu es un editor que tiene en su catálogo a Marsé, Vargas Llosa y Mendoza y cree que por eso puede escribir como ellos. Porque Bartomeu no es Messi, ni Xavi, ni Iniesta. Ni Guardiola. Bartomeu ni siquiera es Laporta, pero aspira a recoger su lanzallamas lírico de protomártir independentista con el balón en los pies y la barriguita de las comilonas con los directivos. Bartomeu ni siquiera es Bartomeu, aunque demuestre una tierna conciencia de sí mismo que solo aprecie él. Así, tras cerrar el coloquio sobre el libro Barça, cultura i esport, recopilatorio los artículos de Manuel Vázquez Montalbán sobre el Barcelona, pidió que «se aproveche el marco y el altavoz del sábado disputando la final de una Copa para decir a quien nos escuche que queremos respeto. Sin respeto no hay diálogo, sin diálogo no hay solución», continuó, mezclando churras con merinas que luego soltarían sus cagaditas muy cerca de su palco. Porque «vivimos momentos de gran dificultad en los que nos sentimos amenazados», y el Barça «siempre ha defendido a lo largo de su historia la libertad de expresión y el derecho a decidir». Toma. Ahí lo llevas. Toma lección de historia y lenta escalivada de conceptos aliñados con el separatismo.

Empecemos por el final. El Barcelona «siempre ha defendido la libertad de expresión y el derecho a decidir». Suele afirmarse esto en contraposición al Real Madrid, referido a menudo como el equipo del dictador. Sigamos con la trágica mojiganga de las falsedades colectivas. Precisamente por esto, defendiendo la libertad de expresión y el derecho a decidir, el Barcelona le concedió a Franco no dos medallas honoríficas, sino tres; a pesar de que Bartomeu lo niegue, porque no figura en un documento y, por tanto, no existen para él. Más o menos como la legitimidad independentista. Pero existieron: en 1951, la insignia de oro y brillantes al Barça de las Cinc Copes; en 1971 --ya no estábamos en plena posguerra, ¿verdad?--, la medalla de oro del Palau Blaugrana; y en 1974, por si todavía no había quedado clara tanta devoción, la medalla de oro del 75 aniversario, justo tres días antes de ejecutar a Salvador Puig Antich, como cuenta Xavier G. Luque en su excelente reportaje en La Vanguardia. Eso sí que es defender los valores de la democracia.

Pero sigamos con el bravo, con el líder carismático Bartomeu, que pidió respeto para el Barcelona, pero justificó los pitos que pudiera recibir y que recibe el himno de España. «Cuando se silba no se está menospreciando los símbolos sino protestando por lo que ha pasado en Catalunya en los últimos años». O sea, que el sabio Bartomeu está en la cabeza de los miles que silban a la bandera, al himno y al Rey. Pero la explicación viene ahora: «No tenemos gobierno, hay políticos en la prisión y otros obligados a vivir en el extranjero, queriendo resolver los tribunales un conflicto que debe ser resuelto por los políticos». Más que obligados a vivir en el extranjero, prófugos de la justicia por haberse pasado el principio de legalidad por el mismo arco que usa para los caños Lionel Messi. Un principio de legalidad que sirve para defender a todos los ciudadanos: a los que piensan como Bartomeu y a los que no. Hizo mal en meter la política a saco en la final, en calentarla. Si no querían disputar la Copa del Rey --encima, del Rey- del Estado centralista opresor, más les habría valido ejemplarmente no haberse presentado.

Escribo estas palabras unos días antes, y parece claro que la disputarán, a pesar de la teatralidad. Porque quieren ganarla, como desean seguir jugando en la mejor liga del mundo. Y porque Bartomeu, como mascota fiel del independentismo, juega la misma mano con distintas barajas. Pide que no le silben, pero justifica los silbidos propios. Y exige respecto al pueblo catalán, que en las últimas elecciones ha manifestado --un votante, un voto-- su deseo de seguir en España, aunque la ley electoral --que como tal, debe ser acatada-- haya dado al independentismo una mayoría parlamentaria que no se corresponde con la verdad numérica. Un pueblo que no es respetado cuando sus representantes gobiernan solo para quienes piensan como ellos, ignorando a la otra mitad de la gente.

No me importa quién haya ganado, siempre que no gane la manipulación. El Barcelona, si de verdad quiere ser ese equipo de todos, debe empezar a serlo.

* Escritor