En la década de los noventa ofreció Diario CÓRDOBA una serie de amplios reportajes en los que radiografió la ciudad barrio a barrio. Fue una larga entrega de perfiles urbanos y humanos --el latido de una ciudad se funde con el de sus habitantes-- que tuvo un amplio eco, pues a todos nos gusta saber más del lugar que ocupamos en el mundo. Pero han ido pasando los años y la ciudad, un organismo vivo, ya no es la de entonces, como tampoco nosotros somos los mismos. La Córdoba y los cordobeses de este casi final de la segunda década del siglo XXI, no tan alegre como los «felices veinte» de la centuria anterior, pero tampoco tan alocada, han crecido y, en cierta forma --solo en cierta forma, porque son transformaciones de muy largo recorrido-- se mueven impulsados por otros estímulos. Aquella Córdoba, más clásica en su esencia que la de hoy, vivía aún de puertas adentro, recreándose en su antigua belleza sin pensar en compartirla, mientras que la Córdoba actual se ha abierto sin reservas al visitante, olvidando viejos placeres solitarios.

Atraído por la Mezquita-Catedral, los patios y otras muchas almas de esta Córdoba que cada vez se vende más y mejor, empezó a entrar el bálsamo del turismo no en cuentagotas como antes por mayo, sino en grandes cantidades, y ya se ha superado con creces el millón de visitantes al año; algo que, siendo positivo, hay que regular con una buena planificación colectiva si no queremos enfermar por sobredosis. No faltan las alertas al respecto. Se habla con frecuencia de gentrificación, esa rara palabra de moda, adoptada del inglés, que pone el dedo en la llaga de la masificación turística.

Nos hallamos ante un nuevo fenómeno social --pronto será también económico-- que está obligando a la población del casco histórico, en buena parte envejecida y con escasos recursos de todo tipo, a abandonar sus casas de siempre. Son las mismas casas que se llevan los turistas perpetuadas en postales y fotos, a las que podrían quedar reducidas pronto si la cosa no para, cuyos vecinos empiezan a dejar, derrotados por las perspectivas de un boyante negocio de cara al forastero que amenaza con convertir la zona en parque temático de sí misma. La genuina fisonomía de nuestros barrios más populares podría estar en peligro según alertan voces autorizadas. Como el catedrático de Arqueología de la UCO Desiderio Vaquerizo, que tanto en su último libro, Cuando (no siempre) hablan las piedras, como en todas sus intervenciones públicas avisa de que la peculiaridad que nos hace únicos en el planeta, heredera de un pasado que ni se valora ni se administra bien, quedará en nada si no se frena a tiempo la rendición incondicional al beneficio a corto plazo. Por todo ello, son de enorme oportunidad los ciclos ofertados por la Real Academia de Córdoba, con los que, indagando en las nobles e incomprendidas piedras, trata de acercar lo que fuimos a lo que somos, no eruditos sino público en general. Con este objetivo se desarrollarán desde enero a abril las jornadas Los barrios de Córdoba en la historia de la ciudad, que han comenzado por estudiar los vici romanos y continuarán en años sucesivos con los arrabales islámicos y collaciones medievales que fueron conformando los barrios actuales. Un legado de culturas sucesivas, objeto de otro ciclo paralelo, que nos ayudará a entender y amar más el suelo que pisamos. Una responsabilidad de todos.