Hace mucho tiempo que reclamo una implicación mayor de instituciones y ciudadanía cordobesas en la gestión, conservación, difusión y rentabilización de nuestro gran legado arqueológico, convencido de que representa la marca diferencial que buscamos, foco de proyección al mundo de alcance ilimitado, fuente de creatividad y de empleo capaz de resolver muchos de nuestros problemas estructurales. Es bien sabido que las cosas en Córdoba no se han hecho bien. De las decenas y decenas de hectáreas excavadas en las últimas décadas hemos conseguido recuperar un volumen considerable de información que habría permanecido oculta de no haberse producido la vorágine constructiva del boom inmobiliario, pero es mucho más lo que se ha perdido, no ya sólo desde el punto de vista documental, sino también monumental sensu stricto. Después de un esfuerzo colectivo tan importante no hemos revertido nada a la ciudad, y esta sigue sin entender el alcance real de su condición de urbe histórica, no tiene nada que llevarse a la boca con lo que contribuir a hacer de la arqueología una forma de vida. De ahí mi denuncia, tan contundente como temeraria, que clama en último término por un profundo ejercicio de autocrítica. No podemos volver a cometer los mismos errores.

Aquí todo va lento, muy lento; tanto, que solemos confundir abulia con resignación, estulticia con senequismo, dilación con compás de espera, inoperancia con amplitud de plazos. Son tachas especialmente negativas cuando hablamos de algo tan delicado y volátil como la arqueología; de ahí el habitual tono negativo de mis artículos. Sin embargo, sería injusto si no reconociera que algo está cambiando, que empiezan a observarse entre la ciudadanía atisbos de interés, deseos de mayor y mejor información, ansias por potenciar, buscar o nutrir a diario nuevas actividades. Lo notamos muchísimo el otoño pasado cuando vimos cómo se abarrotaba una semana sí y otra también el salón reservado en el Real Círculo de la Amistad durante la celebración del ciclo de conferencias Roma en Córdoba, que organizamos desde Arqueología somos todos a instancias de la Asociación Arte, Arqueología e Historia, quintaesencia de la ciudadanía cordobesa. La respuesta fue multitudinaria, sorprendente, y muy esperanzadora. En línea con ello, convencidos de que en la educación de los ciudadanos y la socialización del conocimiento radican dos de nuestras claves principales de futuro, volvemos a la carga con un nuevo programa de conferencias y de rutas por la Córdoba arqueológica que, entre enero y abril, se desarrolla cada martes a instancias de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, con patrocinio de la Fundación Cajasur, en el salón de actos que tiene esta última en Gran Capitán esquina con Ronda de Tejares. De nuevo, sociedad en estado puro; ahí está la clave. Esta vez hablamos de los barrios de Córdoba a través de la historia, de la etapa romana a la aparición de los arrabales islámicos y las posteriores collaciones cristianas; un tema novedoso, original y muy controvertido, dada la deriva actual de nuestro casco histórico, que cambia el foco y sorprenderá a muchos, ajenos a la singular conformación de nuestra ciudad, base de su particular idiosincrasia, de su esencia y de su unicidad.

2018 traerá consigo además otras muchas iniciativas relacionadas con la arqueología que confirman su protagonismo creciente, aun cuando lento, en Córdoba; un avance en el que, sin intención de resultar petulante o presuntuoso, sería hipócrita negar el papel de revulsivo y modelo que ha desempeñado nuestro proyecto de cultura científica Arqueología somos todos, por más que algunos estuvieran dispuestos a morir antes de reconocerlo. No tuvo problema en hacerlo Pablo García Baena, que nos apadrinó, convirtiéndose en Socio de Honor. Adiós, Pablo. Que la tierra te sea leve. También nosotros lloramos tu pérdida. Sin embargo, mejor no confiarse. La arqueología cordobesa sigue adoleciendo de los mismos problemas que tenía, principalmente en lo que se refiere a la investigación, la gestión, la conservación, la puesta en valor de los restos y su integración en un discurso patrimonial único capaz de enriquecer nuestra oferta cultural y dar trabajo a nuestros hijos. Del mismo modo, siguen faltando consenso, controles, rigor, unidad de acción y sinergias. Corremos, de hecho, el riesgo de empezar la casa por el tejado y hacer creer a la gente que arqueología es solo difusión o vestirse de romano. Ni mucho menos. La arqueología es divulgación, sí, pero solo si se nutre de la investigación y cuenta con un soporte material suficientemente sólido como para que no parezca que vendemos carnaval o, aún peor, humo.

* Catedrático de Arqueología de la UCO