Cuando llegué a Salamanca de estudiante me dí cuenta de la función de los bares: eran como tu particular apartado de correos (no existían ni Internet, ni los móviles) en los que podías dejar la maleta cuando te bajabas del autobús, le dabas recados al camarero y dejabas constancia de que ya habías llegado para empezar el nuevo trimestre en el que, como en el anterior, los ibas a utilizar como la natural prolongación de tu piso y como el salón abierto y acogedor del que carecía tu vivienda alquilada. De estudiante tener un bar --una barra más o menos fija después del estudio-- era ponerte al día en el mundo más allá de los libros y constatar que el amor y la amistad eran los contertulios más comunes en esos ratos sin hora y sin exámenes. Cuando volví a Córdoba y me instalé en la vida a la función social del bar añadí el del quiosco de chucherías y el de la zona de influencia del colegio de mi hija, un microcosmos que se repite cada generación. Que una editorial te dejase un paquete de libros, un cliente una carta al director, un conocido un recado y un amigo un décimo de lotería no ocurre de manera improvisada si no tienes un bar de referencia en el que has sembrado compañía, incluso con 00. Y más si desde la piquera (antes de la España sin humo) aguardabas, con la complacencia de padre, a que tu hija saliera del colegio. Tener un bar de referencia es concatenar la vida y haber visto cómo aquel chaval de 17 años tiene ahora 44; cómo el viejo aficionado sin trofeos del Atlético de Madrid ha dejado la garrota y camina erguido, orgulloso de su equipo; cómo a tu compañero de rehabilitación le ha dado tiempo de enamorarse y descasarse; cómo se ha pasado de la sana costumbre de los peroles de los sábados a la dictadura de la consumición con tapa; y cómo la mayoría de los negocios son el reflejo del momento, una pura crisis. Hoy, sábado, 24 de enero, al cabo de casi 27 años, después de haber cantado los mejores goles en aquellos históricos televisores de culo gordo con el partido de los domingos de Canal Plus, cierra mi bar de Córdoba, cuyo silencio guardará parte de la historia del barrio.