Todos alguna vez hemos vivido de pequeños aquella escena en la que no se ha podido jugar un partidillo porque el dueño de balón quería imponer sus reglas salvo pena de no dejar jugar con eso, su balón. Este personaje es todo un clásico de nuestra infancia y se repite sin balón y en la madurez por los siglos de los siglos y en otras muchas circunstancias. Uno aprendía que un balón, o mejor su propiedad, en las manos equivocadas, no solo defenestraba uno de aquellas gloriosas pachanguillas de la infancia, sino que desvirtuaba, anulaba y menoscababa ese espíritu que tiene una actividad deportiva aunque solo sea a pie de calle. Pues bien, Pedro Sánchez parece tener ese balón en propiedad y con su no, no y no, no deja jugar ya no solo a Rajoy que es el niño al que es más inquina personal le tiene, sino que el partido de la democracia no es posible. Y la democracia no es un juego, aunque pudiera parecerlo a muchos que entienden la política como el juego de los partidos políticos, sino que esta es para las personas, para sus derechos inalienables, para su progreso, para su bienestar y en definitiva para el crecimiento positivos como ciudadanos. Ese es el valor del balón de Sánchez. Solo el del balón, no el del propietario de éste. Ahí es dónde está la cuestión. No sé puede valer menos que el balón y pretender imponerse ejerciendo el valor de su propiedad. Pero la democracia no es un concepto puro en su práctica, como no lo eran aquellas reglas de juego de nuestra infancia, sino que la democracia, los juegos y todo en la vida está hecho por personas, y a veces el albur hace que unas tengan balón y otras no. No se le puede quitar el balón para jugar el partido porque desde luego no es democrático, pero tampoco es democrático no dejar jugar el juego de los ciudadanos. O sea, la democracia. Sin balón no habría Sánchez.

* Mediador y coach