Después de los funerales oficiales, banderas a media asta por todo el país, la catarsis de los actos ecuménicos, lágrimas y emociones, peregrinación a Las Ramblas con flores y velas, el contundente grito de «No tenemos miedo» cuando en realidad estamos «cagaos», las concentraciones y los minutos de silencio; después de tanto duelo, para nada. Estalló la guerra de acusaciones, el tú más, tú primero y luego yo, entre la Generalitat y la Moncloa, entre los Mossos y la Policía Nacional. Nada nuevo: lo de siempre. Mas, en medio de todo este batiburillo de medias verdades que estamos viviendo después del duelo, me desespera escuchar por boca del consejero de interior catalán, Joaquim Forn, que a la advertencia por parte de la CÍA de un posible ataque en Las Ramblas para este verano no le echaron cuentas porque «tenía muy poca credibilidad». Poca credibilidad, dice, después de lo que ha ocurrido, con 16 víctimas mortales, un río de dolor desparramado por cientos de familias y hogares de más de treinta países y una nación atemorizada por jóvenes terroristas que no vinieron del desierto ni de los abrevaderos talibanes más allá del Atlas. Hay que tener poca memoria, o muy poca vergüenza, o el cinismo político muy acusado para no dar credibilidad a los avisos de la CIA y de la policía belga, que ya en el 2016 pidió cuentas a los Mossos sobre el imán de Ripoll, y en cambio pedir a los ciudadanos un acto de fe ante la película de terror que nos están contando. Y así como nos piden fe ciega en la negación del presidente Puigdemont -trincado por El Periódico en flagrante mentira--, confianza en la eficacia de la policía catalana que en una tarde de agosto y con Las Ramblas atestadas de gente no controla 150 metros del bulevar barcelonés por el que se desplazó la furgoneta de la muerte sin un agente que le diera el alto, credibilidad en la explosión fortuita de Alcanar (Tarragona) y en las investigaciones que creyeron que las cien bombonas de butano del chalé eran el almacén de un churrero, también nos piden un refrendo de los policías que mataron a tiros al terrorista que encontraron entre los viñedos de San Sadurni sin armas ni capacidad de reacción, sabiendo cómo saben que un terrorista muerto no vale nada para la investigación de la causa, y también más fe en la escuadra de Cambrils que no vio ni la falsedad de los cinturones bomba ni supo repeler sin tantos tiros y tantos muertos a los chavales que iban con lo cuchillos jamoneros comprados en un chino. Y ahora nos piden que también creamos en las defensas de los maceteros y los bolardos que llenarán de hormigón el centro histórico de las ciudades. Lo siento, ya solo tengo fe en el bicarbonato.

* Periodista