Manuel Azaña fue, muy a su pesar, un extemporáneo; un fuera de tiempo en la cuestión catalana (como también entonces se llamaba) y en tantos otros temas que el país no supo, pudo o quiso afrontar. Lo demuestra en lo que escribe hace ya ochenta años en sus Memorias , o en su libro Mi Rebelión en Barcelona , de 1935, donde basta cambiar los nombres de los protagonistas a los que aludía y parece que fuera hoy. Por ejemplo, Azaña le recuerda con frecuencia a Companys, presidente de la Generalitat en 1937, que él es el representante del Estado en Cataluña y que el Gobierno de España no es su oponente sino los rebeldes facciosos que habían intentado un golpe de Estado.

Pero ¿cuál era la visión de Azaña sobre el tema? Los hechos lo dicen. Para él, como dijo en un discurso en las Cortes el 32 con respecto a la aprobación del Estatuto catalán, "el problema catalán no era una cuestión de Cataluña sino de toda la nación, cuyo arreglo se buscaba en una estructura nueva del Estado, de la que había puesto las bases la Constitución". De hecho impulsó ese Estatuto por lo que fue considerado en los ambientes catalanistas como "un amigo de Cataluña". Tanto que incluso en las elecciones desde 1933 le ofrecieran ir en las listas de Esquerra , algo a lo que él se negó por motivos obvios. Pero él mismo minusvaloraba esa amistad como le dejó claro a un interlocutor nacionalista: "Soy tan amigo de Barcelona como de León o Granada". Los temas conflictivos estatutarios fueron, como ahora, la enseñanza y los recursos fiscales, aunque Azaña no aceptó la recaudación permanente de los recursos del Estado.

Pero Azaña no es ajeno a la realidad y en 1931 piensa que existe una voluntad secesionista real aunque contradiga a la historia y que "no se resuelve con textos de Estrabón" o que "exterminar a los catalanes, no parece hacedero, por muy unitario y españolista que se sea; en tales condiciones lo prudente es procurar un acuerdo que pueda ser principio de una reconciliación, problemática". Su intención era una España integrada, autonomista, aunque no federal --no quería el federalismo porque le parecía una monstruosidad política una federación de solo España y Cataluña, lo que no se aceptaría en ningún lugar de España--, en la que convivieran todas las regiones pero sin privilegios. Una autonomía que él entendía para la conciliación y no para imponer la hegemonía de Cataluña sobre el resto de España. Y achacaba la pérdida de la fuerza del Estatuto a "las desmedidas ambiciones catalanistas". La obsesión de Azaña era pues que se respetaran las leyes --la Constitución en primer lugar-- y el Estatuto y su concepto político era un ejercicio de modernización y tolerancia en época de extremismos: "Los españoles tendrán que convencerse de la necesidad de vivir juntos, de soportarse a pesar del odio político" y aseguraba que "las malas inteligencias entre Cataluña y el resto de España nacen, entre otras causas, de una muy importante que es la ignorancia". Ya en su discurso en La Cortes el 25 de junio de 1934 afirmó: "Lo grave no es que se haya recurrido contra el Estatuto... lo grave es que haya recurrido el Gobierno". Porque para Azaña resolver el problema catalán era resolver el primer problema español.

En Mi Rebelión en Barcelona describía la época que estuvo preso en varios barcos en el puerto de Barcelona, como consecuencia de la acusación falsa de conspirar para la proclamación --que duró solo unas horas-- por la Generalidad del "Estado Catalán dentro de la República Federal Española". Azaña, fiel a la Constitución y el Estatuto, lo rechazó de plano: "La defensa de la autonomía de Cataluña debe hacerse con la Constitución y la legalidad el Estatuto". Y se enorgullecía de ser el último político español que había hecho aclamar España en las plazas de Barcelona: "Viva Cataluña, viva España, viva la República". Esto lo dijo el año 34 en Cataluña y Barcelona y ese Viva España resonó también en el balcón de la Generalidad el 24 de septiembre del 32, con motivo de la aprobación del Estatuto.

Azaña es contrario al cliché y la intolerancia y así en la guerra escribe en sus Memorias : "Companys me repitió verbosamente los más sobados tópicos del nacionalismo de Prat de la Riba o del doctor Robert. No faltaba ninguno, ni siquiera el de que la Península es una meseta estéril rodeada de jardines". La diletancia de Companys y su contemporización con los problemas, le exacerba y le reprocha el querer sacar ventajas políticas de la situación de crisis. Le exige continuamente lealtad política y le aconseja a Pi y Suñer respecto al presidente de la Generalitat que gobierne "con estricta sujeción a su derecho y que defienda su patrimonio, es decir el del Estado, en todos los órdenes" y le recuerda que se baten por la República española, por la libertad de España, de la que es parte integrante Cataluña, con su régimen autonómico. Y en Barcelona lanzó aquel famoso discurso conciliador el 18 de julio del 38, que como era esperable, cayó en oídos sordos y que proclamaba "el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón", pues "todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo". Ya en el exilio, Azaña se negaba aparecer en manifiestos como expresidente de la República al mismo nivel que Aguirre (expresidente del Gobierno Vasco) o Companys.

No sé si la historia, como dijo Marx, se repite como tragedia o farsa, pero lo que parece evidente es que al menos se plagia.

* Médico y poeta