Ese cuerpo mecido, ese cuerpo arrastrado. No se puede escribir «ese cuerpo mecido» para referirse al de Aylan, hace exactamente un año, porque resulta escandalosamente cínico. No es un cuerpo: han sido 423 desde entonces, como antes varios miles. ¿Cuál fue la diferencia con Aylan? Que lo podíamos reconocer. Que la imagen conquista la retina cuando la percibimos como propia. Un niño africano en las noticias, con el vientre abombado por la hambruna, comido por las moscas, lo hemos visto cada día en el telediario durante los últimos cuarenta años, como lo podríamos ver hoy, tras asistir al reportaje sobre la sesión de investidura fallida, sobre la política fallida, sobre todos los hombres y mujeres fallidos que ocupan tanto tiempo en la televisión, en la memoria pulcra de una edad sin alma. Aylan era distinto: su camiseta roja, su pantaloncito azul, sus zapatitos, hasta su postura bocabajo en la orilla era distinta, como su soledad, porque parecía uno de nuestros niños arrastrado hasta allí por las olas de arena de una historia terrible. Sin embargo, era un niño sirio. O sea: uno como los nuestros, nacido en una sociedad pudiente, abocada al horror por una gestión nefasta de su debilidad. Como parecía nuestro, la indignación fue viral; pero como toda medida nuestra de la ética, la dignidad y la justicia, nos duró solamente una semana. Pues bien: se cumple un año, y son 423 más los ahogados en esa misma orilla. Según Save The Children, el 40% de los que cruzan el Mediterráneo son niños, y aquella imagen de Aylan Kurdi que nos agrietó el ánimo, tan reproducida y tan glosada, no ha cambiado nada. Lo afirmó Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, tras secarse las lágrimas: «No vengáis a Europa». Grecia acumula aún 27.500 menores, privados de libertad, que serán deportados a Turquía por su acuerdo vergonzante con la UE. Y España, con o sin presidente, sigue dando la espalda al refugiado: mientras no haya nuevas fotos, para qué inquietarse.

* Escritor