Aute abandona el velo blanco y cenital que le cubre los ojos, que desdibuja el magma sobre el colchón hendido con su fiebre de cuerpo. Luis Eduardo Aute sale del hospital con la boca cansada de pronunciar un largo poema de mutismo, de contemplar su propio cuaderno sin figuras y protagonizar una larga película dibujada por él que ha tenido algo de luz que agoniza, de latido vuelto serenidad y sentido en su lenta armonía. En medio de todo esto, de periodistas que hacen política de Estado y políticos que esgrimen un lodazal de ruido que ni siquiera alcanza a ser prensa amarilla, la noticia es que el creador puro, el hacedor total con su lenguaje vivo parece salir airoso de su infarto, que lo ha tenido al borde del silencio metálico.

Tiene algo de reflexivo azar que en mitad de la crisis del sistema con el que nos hemos entendido --mejor o peor, pero entendido--, con ese coro intransigente de voces eternamente críticas con todo, dispuesto a dinamitarnos con su red de obviedades, sin atisbar el yermo que encontraremos luego, uno de los cantores más reconocibles de ese tiempo cansado también languideciera, entrara en ese limbo suspendido, en una calma acrílica que deja la esperanza fuera del contorno del retrato. Sin embargo, parece que Luis Eduardo Aute podrá recuperarse y contar por sí mismo ese regreso, este final de viaje que ha tenido algo de fondo de cuadro de Romero de Torres, con su lecho de río y su acción más sutil detenida en la niebla. Precisamente tuvo que venir a Córdoba Aute, hace once años, para homenajear a Romero como pintor simbolista, puerta abierta a Picasso, a través de un recitado de poemas, un concierto y el estreno de una película, dibujada fotograma a fotograma por él mismo -Un perro llamado Dolor--, rodeado de cuerpos esmaltados de gracia. En fin, una buena noticia, con su paz metafórica. En medio de esta cacerolada de tensión cuartelera, una voz despierta con la alevosía del alba. Aún nos queda la música.

Escritor