La medalla de oro de la selección española femenina de waterpolo ha redondeado el ciclo de un equipo ejemplar, un modelo de cómo el trabajo bien hecho y el esfuerzo colectivo pueden dar resultados casi milagrosos. Y lo son, sin duda, por el bajo número de licencias del waterpolo femenino español respecto a sus grandes rivales. Solo así se explica que un equipo que debutó en una cita olímpica en Londres-2012 lo hiciera con una medalla de plata, un año después subió al escalón más alto en el Mundial del pasado verano en Barcelona y el sábado pasado completó el éxito en el Europeo de Budapest.

El caso del waterpolo es el claro abanderado del auge del deporte femenino español, materializado en los Juegos londinenses con un total de 11 medallas para la delegación del COE, casi el doble de las que sumaron los hombres (6). Lejos quedan los tiempos en que los éxitos femeninos en el deporte español tenían la condición de anécdota, porque ahora son una palpable realidad. Y con la piscina como principal escenario, con los casos de la natación sincronizada y de nadadoras como Mireia Belmonte además de las guerreras waterpolistas que dirige Miki Oca.

No se trata de buscar explicaciones sociológicas, pero es un hecho que la igualdad ha llegado al deporte, pese a que la atención mediática no va en paralelo. Esta falta de seguimiento, en un país que vive según rueda el balón, repercute en las ayudas necesarias de patrocinio y publicidad para que estos logros tengan una deseable continuidad.