Y de nuevo se me ha abierto el alma ante los atentados que asolan nuestro mundo, porque, como ser humano, la muerte violenta de un ser humano a costa de otro ser humano nos afecta a todos, y más si esa muerte es por una pobre ideología. Pero la herida me ha vuelto a abrir estas otras heridas de tantos atentados en nuestra patria, cuando he comparado los muertos de otros con los nuestros. Porque en este viejo páramo que llamamos España aún persistimos en la violencia de utilizar la muerte para los intereses más mezquinos. Si no nos unimos por el dolor, ¿qué nos puede unir? Nos manifestamos en contra de la guerra, y sin embargo estamos dispuestos a levantar montañas de violencia de unos contra otros, hasta llegar a difuminar a los verdaderos culpables. En los periódicos, las tertulias, las familias, alimentar el fuego. Y en el fondo, ¿para qué?, ¿por qué? ¿Aún no somos capaces de preservar la esencia de la tierra que nos cobija? Napoleón arrasó Europa, pero Francia se salvó. Hitler masacró a millones de inocentes, pero Alemania se salvó. Nosotros aún vivimos condenándonos como colectividad. Creemos que los países de nuestras ideas van a ayudarnos, cuando no somos capaces de cobijarnos entre nosotros. ¡Qué miopía! La Marsellesa, en millones de gargantas. Nuestro himno, nuestra bandera, nuestros pactos, nuestra Constitución, nuestra Historia, vejados por nosotros mismos. ¿Unirnos solo para el rencor y la rabia? ¿Tanto nos cuesta comprender que ante un atentado terrorista todos somos víctimas y el único culpable es el endemoniado demente que asesinó?

* Escritor