Olvidarse de Siria y hacer de nuevo grande a EEUU. Este era el consejo que un rico empresario del sector inmobiliario daba al presidente Obama después de que el ejército sirio lanzara un ataque con armas químicas en el 2013. Ahora aquel empresario ocupa la Casa Blanca y, olvidando su consejo de hace cuatro años, ha respondido a un bombardeo con agentes químicos sobre la población civil en la provincia de Idlib, supuestamente lanzado por las fuerzas del presidente Bashar al Asad, atacando con misiles la base aérea del régimen de la que habrían partido los aviones cargados con aquel arsenal de laboratorio. Desde allí, según Washington, salieron las aeronaves sirias que presuntamente bombardearon con gas sarín la localidad de Jan Sheijún el pasado martes, mataron 87 personas, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), entre ellas varios niños. Ahora, dos destructores con base en Rota son protagonistas de una represalia lanzada por Donald Trump sin aliados, sin buscar la aprobación del Congreso y menos aún la de Naciones Unidas. No es la primera intervención armada de su presidencia. Ya lo hace en el conflicto de Yemen, pero la de Siria es la primera guerra de gran envergadura considerando que lleva seis años activa con la implicación directa o indirecta de varios países y grupos, y a la que ha resultado imposible ponerle un final.

El Pentágono ha asegurado que se trata de una operación única en la que ha bombardeado «aviones, hangares, rampas de despegue de la base, puntos de abastecimiento de combustible, munición, sistemas de defensa y radares» de la base de Shayrat. Ciertamente el objetivo del ataque no era diezmar las defensas aéreas sirias, solamente un aeropuerto militar, y se previno a Rusia. La operación de castigo parece tener un fin propagandístico, estar destinado a mostrar una señal, no solo a Asad sino a otros países como Irán o Corea del Norte, para decirles que cualquier acción ofensiva va a tener consecuencias, aunque estas quedan por demostrar. Con su acción, Trump ha logrado además lo que siempre se le había escapado, que es el respaldo compacto de republicanos y demócratas en el interior, y en el exterior, el de Europa con mandatarios como Hollande y Merkel aprobándolo así como la Unión Europea como institución.

Lo que permanece en un interrogante es de qué modo el castigo lanzado por Trump afectará a las relaciones de EEUU con Rusia, el gran aliado del régimen sirio. Por el momento, Moscú ha reaccionado suspendiendo la colaboración mantenida sobre vuelos en la zona y ha prometido reforzar las defensas aéreas de Asad. Ni el castigo estadounidense ni la respuesta rusa parece que vayan a ser el detonante de una escalada bélica, pero en Siria, tras seis años de guerra, miles de muertos y millones de refugiados, todo es posible. Y a lo mejor Obama tenía razón no interviniendo.