Ahora que la desgraciada muerte de un hincha del Dépor ha colocado en la agenda de las autoridades deportivas la necesidad de atajar la violencia en el fútbol quizá sea el momento de empezar por el principio. Y el principio son los niños y jóvenes que practican este deporte y que, con una frecuencia mayor de lo que podría parecer, juegan rodeados de un público insultante y desaforado, compuesto en muchas ocasiones por sus propios padres. La próxima semana se verá en Córdoba, tanto en el juicio de faltas --ya que lo ocurrido no se considera delito-- como en la investigación abierta por el Comité Provincial de Competición, la denuncia del árbitro de 15 años supuestamente agredido por el presidente del Calahorra durante el partido que este equipo de alevines jugó contra el Salvador Allende. Sean cuales sean las conclusiones y, en su caso, las sanciones tanto judiciales como deportivas, nada evita el sonrojo que producen los comportamientos antideportivos que parecen presidir los niveles inferiores del fútbol. Insultos, acosos verbales y, en ocasiones agresiones tras los partidos se producen mientras en el campo se desarrolla una competición entre chiquillos que deberían estar disfrutando del juego y no contemplando el espectáculo del mal ejemplo de sus mayores. No ver esa realidad trae las peores consecuencias, pues es el germen de la violencia. Ha llegado el momento de poner en práctica un plan disciplinario radical, que expulse a estos energúmenos del terreno de juego y de las gradas. Hay que atajar la violencia en su origen.