A la salida del Asador Mauro, en la vallisoletana Peñafiel, un grupo de animalistas nos gritaba: "¡Asesinos, carnívoros, caníbales!". Había sido una degustación de cordero insuperable, con el animalillo suave y tierno por dentro mientras que la piel estaba curruscante.

La escena es pura ficción pero pone de manifiesto en su absurdo las ridículas "performances" que los animalistas están llevando a cabo en su boicot contra las corridas de toros. La esfera de los derechos, que en Grecia solo contaban para los hombres que no eran esclavos ni extranjeros, se ha ido ampliando hasta abarcar a mujeres, esclavos y niños. ¿Serán los animales el siguiente anillo de esta esfera ampliada? Los animalistas consideran que el "especismo" es un equivalente al racismo. Y el hecho de priorizar a la especie humana antes que a los leones, las ovejas churras (o merinas) o los delfines les parece tan arbitrario como injusto.

Aunque la parte más notoria de la protesta animalista se concentra en las manifestaciones contra las corridas de toros cada vez el acoso se manifiesta en más frentes. Así tratan de que se prohiban la experimentación científica con animales dado que se les tortura y mata para comprobar la eficacia de las drogas antes de ser testadas en humanos. También están en contra de que por el mero placer gastronómico se mate y se explote a los animales, promoviendo una dieta exclusivamente vegetariana. Y, por supuesto, están en contra de cualquier espectáculo que emplee animales, del circo a los acuarios, ya que implican una esclavitud.

Desde el punto de vista ético, las razones para rechazar el carnivorismo, vestir prendas de piel y asistir a espectáculos que implican un sufrimiento a los animales, como el programa de televisión ¡Vaya fauna! , son razonables pero ello no significa que sea el único punto de vista moral posible. El fanatismo animalista, como otras éticas emergentes, del feminismo de género al ecologismo catastrofista, en ocasiones se presentan tan poco argumentadas que necesitan convertirse en un postureo agresivo para esconder la falta de argumentos con el énfasis retórico, la pose de superioridad moral y una puesta en escena patética.

El exceso de empatía con los animales viene de la mano del antropomorfismo llevado al delirio. En unos pocos casos (concretamente primates que como nosotros han aprendido el lenguaje articulado, como los chimpancés Washoe y Chimp) han demostrado un desarrollo de la conciencia cognitiva que deberían llevarnos a reconocerles ciertos derechos de la personas: no se come, no se investiga, no se torea a animales capaces de expresar que, por favor, no les hagamos daño. Al resto, basta con hacerles el menor daño posible.

* Profesor de Filosofía