Conocí a Marrugat porque ya conocía a su padre, Povedano, amigo del mío y, si no inseparables, Povedano y yo, bastante unidos por el recuerdo de mi padre, Manuel Mendoza, alcalde de Priego de Córdoba cuando Antonio Povedano Bermúdez ya triunfaba con sus peculiares formas de hacer y, sobre todo, con sus magníficos y numerosos retratos. Povedano trabajó mucho y bien en su larguísima vida. Su personalidad fue considerada o reconocida en Córdoba, dentro y fuera de España; quedó en los libros de arte y es seguro que la sociedad, los relacionados o no con la pintura, fueron justos en sus consideraciones y aplausos hasta, incluso, después de su muerte. Povedano, su firma y cuadros, ha dejado su nombre, su vivo recuerdo en los museos y no hay salas que se precien en que no cuelguen algunas de sus obras.

¿Imaginan la existencia de un Miguel de Cervantes hijo? Después de aquel gigante, cualquier genio de la literatura y para el gran público de los ruidos y con el mismo nombre, se hubiese significado como puede significarse una sombra, una evocación o apenas un recuerdo con el tamaño real de una pulga. Excepción de los Strauss, que se me venga a la cabeza, los sentimientos de admiración se vaciaron con el mérito del primer nombre, del primer artista, pues quizá sea cierto aquello de las segundas partes para el cerebro de unos espectadores que apenas nos esforzamos en descubrir la verdad. Buscar supone tiempo y supone esfuerzo. "¡Yo fui amigo de Povedano!". Basta para que la gente te mire bien "El padre... Nos tratamos mucho". Y te crees, dentro de ese mundillo ficticio, pequeñito, exclusivo, que te sirve para ir tirando de esta vida con cierto peso. Diez gramos, más o menos, y que cualquier remolino te lleva como a casi todos.

Pues yo soy amigo de Marrugat, ese hombre sencillo, callado y con barba, como su padre, que suele caminar despacio, y que quizá por eso no tropieza, para llegar, como llega, a todas partes sin ruidos. Mi amigo Marrugat no quiere o no puede correr ni aunque la gente, el público, le empujara. La sombra de su padre puede ser incentivo o espejuelo para la muchedumbre, tan cómoda en razones. La sombra de su padre pesa, pero lo suyo es otra cosa: concentra en su cerebro y pulsa en sus manos una excepcional síntesis intelectual de las apariencias con sus más íntimos caracteres. "Este es Fulano --en la caricatura-- y éste es Mengano" Nada más verlos. Y te produce la impresión de conocer también sus almas, que puedes ratificar con el, tal vez, comentario del propio artista Marrugat. No son fotografías sino mucho más. Son caricaturas con esa chispa de ¡Pues claro! Reflejadas almas por una línea insignificante pero que Marrugat traza, en su silencio, del alma del modelo a su expresión para la simple mirada. Su comentario me parece un gesto de humildad, de duda, como cuando empezaba.

Busca Marrugat, con el mismo fondo, iguales talento e intención, técnicas diferentes, en su quietud y en el recogimiento de su estudio. Y busca porque tiene la fortuna de no estar satisfecho, de no haber recibido el caparazón por el halago masivo y conducido de la popularidad. Busca, insatisfecho, la verdad que, como humilde, tiene que confundir con la justicia.

Pero, ¿Qué es la justicia, amigo Marrugat? ¡Menudo es el triunfo! Está, pienso, en ese intercambio que no sale de ti, ese instante tuyo que va de la inspiración y el esfuerzo a la plenitud y el suspiro porque lo has hecho. ¡Vamos, digo yo! Y perdona.

* Profesor