Entre las exposiciones previstas por el Ayuntamiento de Córdoba para el presente 2014, no cabe duda de que una de las de mayor relevancia es la que, conjuntamente con la Diputación, se dedica a Venancio Blanco y cuya inauguración tuvo lugar a principios de este mes en las dos sedes que la albergan: la Sala Orive y el Patio Barroco del Palacio de la Merced. Dos bellos enclaves para recibir la obra de quien está reconocido como uno de los más importantes escultores españoles de la segunda mitad del siglo XX. Formado en Salamanca, en la Real Academia de San Fernando de Madrid y en el extranjero (más concretamente, Italia, donde fue becado en 1941 y 1957), ha cosechado numerosos reconocimientos y galardones. Su obra se encuentra en colecciones tan importantes como los Museos Vaticanos o el Centro de Arte Reina Sofía. Y en el contexto del arte español de su tiempo, desde sus inicios en los años cincuenta, Blanco representa una alternativa calmada a la explosión de expresionismos que dominaban el panorama artístico. Quizás por ello, sin perder de vista las lecciones de la modernidad, el escultor salmantino no ha querido militar en una vanguardia abstracta, reforzando una postura muy personal y ajena a etiquetas o escuelas determinadas.

Dicho esto, cabe recordar que Venancio Blanco es un viejo amigo de Córdoba, donde celebró una de sus primeras exposiciones individuales, en 1954, en aquella Sala Municipal de Arte sita en la calle Góngora, que impulsó el alcalde Antonio Cruz Conde (tan activo en el decenio que ocupó el cargo de regidor, por fomentar la cultura y auspiciar la recuperación de patrimonio monumental). Desde entonces, y gracias a su estrecha amistad con el recordado pintor Antonio Povedano (con quien coincidió en Madrid en plena posguerra, en los años de formación artística de ambos), su relación con nuestra ciudad sería constante.

Y más aún, con Priego, la hermosa villa de la subbética cordobesa adonde acude cada verano a dejar constancia de su magisterio y compartir con los jóvenes artistas su sentido de la creatividad y también la pasión por la vida de un hombre maduro con alma joven.

Su escultura, definida habitualmente como "naturalista", trata de fundir la tradición escultórica mediterránea, dejándose impregnar por un sentido clasicista inquebrantable, con un repertorio de temas cercanos a la identidad cultural española como la tauromaquia o el flamenco. Según los especialistas, Venancio Blanco supo, desde el principio, acomodar un lenguaje de ascendencia clasicista, basado en la rotundidad y un sentido monumental innato, a una serie de asuntos a los que este lenguaje apenas se había aproximado, si exceptuamos, por supuesto, al gran Picasso. En realidad, esta exposición cordobesa plasma de forma clara esa estética inconfundible, no sólo en dichas facetas del mundo taurino y el arte jondo, sino también en la expresión de una profunda religiosidad que ha dado como frutos algunas obras de extraordinario impacto expresivo.

Precisamente, en estas obras de temática religiosa, donde apenas se percibe ese patetismo que domina la imaginería barroca hispana, Venancio Blanco traza una figuración serena, nítidamente dibujada, que sitúa a la escultura en un espacio intermedio entre lo cultual y la pura plástica.

Algunas de las composiciones ubicadas en la Sala Orive, como Sagrada Cena o Cristo que vuelve a la vida (ambas de 1991), lo expresan de manera más que elocuente y reflejan la profunda espiritualidad de un hombre que reconoce que "de pequeño me enseñaron a rezar y rezando aprendí a dibujar: dos formas de entender la libertad, dos maneras de hacer para ser libre y comprender el auténtico sentido de la vida".

Pero más allá de los temas que predominan en su quehacer artístico, lo que confiere singularidad a su obra ha sido encontrar un sutil equilibrio entre la investigación de las formas (a partir del dominio absoluto del dibujo) y el empeño por rehacer numerosos motivos iconográficos de nuestra tradición. Para ello, el escultor se convirtió en un espectador y aficionado de excepción de aquellos temas que se convertirán en sus preferidos. Sólo desde el conocimiento íntimo del mundo flamenco y del taurino, podría emerger tan refinado y naturalista repertorio de imágenes, que ya se han convertido, a su vez, en representaciones clásicas; de lo cual se habla con rotundidad en las más de treinta obras que se muestran en la Sala Orive y el Patio Barroco del Palacio de la Merced, en lo que es una buena oportunidad para acercarse al arte de este creador infatigable.

* Teniente alcalde de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba