La Constitución de 1978 recoge en su art. 8 que los partidos políticos «son instrumento fundamental para la participación política». Con ello no hace sino recoger la experiencia de lo que habían significado esas organizaciones a lo largo de la etapa contemporánea, y además con ello se pretendía superar la negación que de los mismos había hecho la dictadura franquista. Miguel Artola, en un libro ya clásico sobre los partidos políticos españoles y sus programas entre 1808 y 1936, explica que el objetivo de los partidos es la conquista del poder y que a menor escala reproducen los elementos del sistema político del que forman parte. Así, contemplan la participación de sus militantes que son quienes tienen la soberanía dentro del partido, en segundo lugar poseen leyes reguladoras (estatutos, reglamentos) de sus mecanismos de funcionamiento y, por último, pueden existir en su seno tendencias enfrentadas que en un caso extremo pueden dar lugar a la escisión. Ese esquema teórico lo podemos aplicar a los partidos actuales, aunque, como resulta evidente, existen diferencias entre unos y otros, como hemos visto con el caso de la celebración de elecciones primarias o asímismo el grado de participación que se conceda a quienes no son militantes.

En relación con la existencia de tendencias, a veces nos las encontramos como algo reconocido de manera oficial, y en otros casos han surgido a partir de desavenencias motivadas por diferentes factores. En la historia reciente del Partido Socialista encontramos una de esas situaciones, que de manera particular se vive en Andalucía, dada la distancia que la organización del partido en nuestra comunidad trata de mantener con la dirección, o si queremos concretar, el distanciamiento entre Susana Díaz, secretaria general del PSOE andaluz, y Pedro Sánchez, secretario general del partido. Este fin de semana se ha producido una de las manifestaciones de esas diferencias cuando la presidenta andaluza no ha acudido a la Escuela de buen gobierno organizada por su partido, y además hasta el último momento no confirmó su inasistencia. Tampoco lo hicieron otros, pero en todo caso, en una entrevista publicada el domingo en este diario, ya señalaba Pedro Sánchez que «la noticia hubiera sido que yo hubiera excluido a alguien». Y tiene razón, pero la cuestión es que esas diferencias pueden hacer daño, algo que quizás Susana Díaz no ha valorado.

El PSOE tiene en Andalucía algo más de cuarenta cinco mil militantes, en las elecciones autonómicas de 2015 logró casi millón y medio de votos y en las generales de 2016 algo menos. Esto quiere decir que la actuación de sus dirigentes no solo debe mirar a la militancia, sino también a los electores, que podrían no comprender la actitud de la dirigente andaluza, a pesar de que ella manifieste que está «volcadísima» en trabajar por Andalucía. Algo parecido respondió cuando le preguntaron por el nuevo reglamento del partido y no estuvo en la reunión del Comité Federal, si bien entonces hizo gala de un mal entendido acento andaluz, dijo que no lo había leído y que «no estoy pa (sic) eso». Los ciudadanos necesitan argumentos y no respuestas vacías. Recordemos que entre 2004 y 2015 su partido ha perdido en las elecciones al Parlamento andaluz más de 25 puntos porcentuales, mientras que en el ámbito nacional la pérdida entre 2004 y 2016 ha sido de algo menos de 20 puntos. No hay duda de que ella maneja con mano firme la organización andaluza, algo puesto de manifiesto en las primarias del pasado año, pero los electores no son militantes y no correrán para estar a su lado, como pude ver hace poco a un alto cargo socialista en la estación de Córdoba, que casi bate el récord de velocidad para bajar rápido de su vagón y unirse al amplio séquito que acompañaba a la presidenta andaluza.

* Historiador