Aquella mañana se vestía de domingo, pero de un domingo de complementos blancos y verdes. Aquella mañana el sonido de la cafetera bailaba al son de Paco Ibáñez en el Olympia. Del tocadiscos salían los versos certeros de Rafael Alberti... «Las tierras, las tierras, las tierras de España / las grandes, la sola desierta llanura...». Aquella mañana hacía 41 años que fusilaron a Federico García Lorca y 38 años de la muerte en el exilio de Machado. Aquella mañana se cumplían ocho meses del estreno de la adaptación del himno de Andalucía que Carlos Cano había regalado, para siempre, al pueblo andaluz y, también, ocho meses de que aquel Marinero en tierra regresara a su casa patria al viajar desde Roma. Aquella mañana era la del 4 de diciembre de 1977.

El llamamiento a hacer de Andalucía, y de España, una tierra sin privilegios los llevó aquella mañana hasta Córdoba. Viajaban, como centenares de miles de andaluces hacían a esa misma hora camino de la capital de su provincia. Iban con dirección al Paseo de la Victoria con la sonrisa verdiblanca pintada en la cara. Un «Viva Andalucía», pronunciado por un interlocutor anónimo, rompía el susurro casi inapreciable del himno de Blas Infante. La letrilla, a aquella hora, se cantaba en voz baja, casi inapreciable. Había miedo. Las lágrimas se habían quedado en el pueblo en la cara de una abuela, nerviosa, que suspiraba en silencio mientras contaba las horas coqueteando con el reloj de la cocina. Había miedo -por qué no reconocerlo- ante el gris con el que muchos pintaban las calles aquella mañana. Dar color a aquella estampa iba a ser difícil, pero necesario.

La gente se apelotonaba llegando desde todas direcciones. El calor vencía al frío, el compañerismo al miedo y el 151 al 143. Ahora sí cantaban en voz alta. Las Tendillas se quedaba pequeña, no cabía ni un alfiler más verde ni blanco. Aquella mañana que había empezado con Paco Ibáñez, cantando solo sobre el escenario, acababa siendo una mañana de un millón y medio de andaluces. «Y galopar, a galopar / hasta enterrarlos en el mar...».

Rafael Escuredo y demás impulsores de aquel grito andaluz, llevaban razón. Ni más ni menos que nadie. Andalucía quería progreso y riqueza, y ¡Justicia!, para una tierra de seis millones de almas con casi un tercio analfabeto. Leer, muchos no sabían ni leer, pero García Caparros prestaba su tinta roja para escribir una historia que inútilmente algunos intentan reescribir 40 años después. Aquella mañana la ropa de domingo se impregnaba de café -¿y si es para todos?- y de trenes que aún son de ida. Aquella mañana el sur mandaba calor al resto de España. Aquella mañana era la del 4 de diciembre.

* Diputada por Córdoba y miembro de la CER del PSOE de Andalucía