La bondad ya no es lo que era, ni la socialdemocracia. Hubo un tipo carilavado, de sonrisa inocente y mirada triste, bonachón e idealista, en quien depositamos la última esperanza en el género humano, que se llamaba Olof Palme, aquel socialdemócrata sueco que acogía en su país a represaliados por las dictaduras sudamericanas y que pedía por la esquinas, hucha en mano, calderilla por la democracia en España cuando los últimos fusilados del franquismo en septiembre de 1975. Olof Palme fue asesinado el día de Andalucía de 1986 y el misterio de su muerte es el mejor reflejo del mundo que ahora vivimos, donde la bondad ya no es posible, ni la socialdemocracia. Achacaron el crimen a un drogadicto pero se sospecha, aún hoy, de grupos ultraderechistas, de nacionalistas kurdos, de servicios secretos extranjeros y hasta del Ejército Rojo Alemán: demasiados enemigos de la socialdemocracia, como ahora. Ahora que los escandinavos expulsan a refugiados políticos por el Polo norte y que la socialdemocracia tiene presos encarcelados en Venezuela, la bondad ya no existe y los únicos que defienden el ideario políticos de Palme son un agente del neoliberalismo económico llamado González, un fiero ex ministro del Interior que de joven propuso entrar en los hogares a patadas llamado Corcuera, un chuleta simpático y universitario llamado Leguina y un místico subido a una escalera que ni sube ni baja llamado Vázquez: un puñado de socialdemócratas jubilados que al final de sus vidas dan muestras de cordura; y unos barones que sí y no según y cómo. Ahora, cuando la bondad ya no existe, ni la socialdemocracia.

* Profesor