Felipe González está de acuerdo con la decisión de Pedro Sánchez de acoger el barco Aquarius. Ha afirmado que es la única medida que podía tomar el Gobierno de España. Felipe González ha sido tan duro en algunas de sus críticas a Sánchez que estas palabras de ahora tienen nueva fuerza, con su luz de verdad. Hemos visto a muchos Pedros Sánchez y puede ser que aún tengamos tiempo de ver a algunos más. Pero lo que al principio pareció un atisbo de idilio --mucho más por su parte- entre un discípulo atento y su deseado mentor, como si el gran PSOE pudiera resumirse en esos nombres que Sánchez se fijaba a la solapa de su discurso de Estado, luego se convirtió en un enconamiento de folletín airado, con caídas públicas y cadáveres que salían de sus tumbas, empezando por el del propio Sánchez. Por eso las palabras de González tienen ese valor: era lo único que Sánchez podía hacer. Después hablamos de políticas migratorias, de las fronteras --que no son exactamente las de España, ni las de Italia, sino las de toda la Unión Europea--, de la responsabilidad en la política exterior de la propia UE y de su nauseabundo lavado de manos ante la mayor crisis de refugiados. Después. Antes hay que acoger a ese barco, porque lo demás es condenarlos a morir. Lo demás es matarlos. Por eso ha hecho bien Sánchez. Se haga o no la foto. Porque la vida es más que la estrategia y la distancia corta. Porque el niño Aylan apareció en esa playa turca y nos puso el estómago en la boca, con su cuerpo de tres años arrojado al mar, su pantalón azul y esa camiseta roja mecida por las olas, para decirnos que era uno de nosotros. Y lo reconocimos, porque lo parecía. Pues estos del barco Aquarius también son el niño Aylan. Y sus jóvenes mujeres embarazadas. Todos. Son de los nuestros. O deberían serlo. Lo demás me da igual o se verá más tarde. Pero esta semana tonta, entre el ministro de Cultura saliente y Lopetegui, la verdadera vida nos estaba esperando a bordo de ese barco.

* Escritor