La afición por el juego no es una novedad en nuestro entorno. En casos extremos, sin embargo, la afición se convierte en enfermedad, la ludopatía. Este es un factor, quizá el primero, que debe tenerse en cuenta a la hora de analizar este fenómeno social. Las personas que viven en esta espiral de trastorno del conocimiento y pérdida de control deben tratarse bajo perspectiva médica. El juego al que estábamos habituados, sin embargo, ha cambiado de registro con el boom de las apuestas on line. El llamado sector recreativo digital vive un momento álgido, con una publicidad agresiva y con la promesa de ganancias cómodas, algo que, sumado a la posibilidad de concretar las apuestas sin límite horario y con anonimato, se convierte en una bomba de relojería. En el sector, las apuestas en el deporte se llevan la mayor porción del pastel. Los expertos advierten de que este juego genera un nivel de persistencia más alto que los tradicionales. La práctica se da incluso en menores (que sortean la prohibición de jugar). Los casos denunciados esta semana en categorías inferiores, entre los que se apunta al Espeleño-Betis B, de Tercera División, revelan otro lado oscuro. Las trampas deben combatirse legalmente a nivel global, pero más urgente aún es poner en primer plano la propia esencia de una actividad que, sin una regulación efectiva, es proclive a generar hábitos individualmente nocivos y socialmente preocupantes.