Con la negociación del brexit vienen muchas curvas políticas y Theresa May quiere poder sortearlas con mano firme: un mandato de las urnas que le dé la legitimidad electoral de la que carece y una mayoría amplia. A favor de la convocatoria electoral anticipada de tres años -menos inesperada de lo que parece- la primera ministra conservadora tiene unos sondeos que le dan más de 20 puntos de ventaja sobre el Partido Laborista. Solo ahora los liberaldemócratas empiezan a salir del agujero al que les llevó el enorme batacazo electoral del 2015, y el UKIP, hecho el trabajo de demolición sobre la pertenencia del Reino Unido a Europa, no tiene ni programa ni líder, mientras los partidarios de seguir en Europa carecen de organización y liderazgo. Mejor para May, imposible. Una amplia mayoría en las elecciones del 8 de junio como la que hoy constata el radar demoscópico le dará más fortaleza para negociar el brexit y la salvará de pagar un precio electoral en el caso de que tenga que doblegarse demasiado ante Bruselas o que los efectos de la salida resulten excesivamente dolorosos. Sin embargo, en estos tiempos revueltos, la realidad cambia a gran velocidad y en términos británicos una campaña electoral de 50 días es mucha campaña. El Reino Unido es hoy un país enormemente dividido a causa de Europa y la actitud personalista de May no contribuirá a unir. Más bien todo lo contrario.