Para un joven español a principio de los 60, un viaje a Francia era una aventura fascinante a otro mundo con solo pasar Portbou, si no te equivocabas de andén y te dirigías al letrero que te identificaba como «Pasajeros» y no al que lo hacía como «Vendimiadores», donde se apilaban nuestros emigrantes temporeros, con colchones, niños y y anafres esperando al tren de mercancías que les llevaría a los tajos de la fértil Francia. Entonces, París estaba a tu alcance. Y si no advertías las secuelas de la guerra de Argelia ni habías leído a Frantz Fanon, que era lo más probable, ni reparabas en quiénes limpiaban las escaleras del edifico donde te hospedabas, ni te acercabas a la Oficina de Empleo donde nuestros emigrantes más osados entretenían la espera con cantes y bailes del más espontáneo tablao flamenco cuyos quejidos rompían el alma; entonces, digo, Francia era la libertad, París era una fiesta (Hemingway dixit), y tú eras un tercermundista privilegiado, deslumbrado en la Ciudad de la Luz, respecto a los compatriotas que habías dejado atrás, en paro y los calzones remendados, sosteniendo los muros resquebrajados del país.

Y si ya, luego, sin fregar un plato, pasabas a Inglaterra y comprobabas que David Niven, imagen cinematográfica del gentleman inglés, flemático e irónico, aderezado con bombín y paraguas, era un recuerdo anticuado, anterior a la descolonización de los países de la Commonwealth que había hecho posible la mezcla de razas que plagaban Londres; o te asombrabas de que las fiestas en alguna sonority o fraternity de Oxford o Cambrigde podían empezar a las 7 p.m. sin hora de finalización ni tabú de conversación, y los dormitorios de la mansión se saturaban con actos amorosos de los estudiantes, es que no habías leído Matrimonio y moral de Bertrand Russell o El segundo Sexo de Simone de Beauvoir, no sabías lo que era la cohabitación universitaria ni la libertad sexual, y alcanzabas la certeza de que tus guateques no eran más que reuniones de mojigatos y cutres, tus conversaciones una conspiración contra el silencio de la verdad y la razón, y podías reconocer que España era, ciertamente, diferente. No con orgullo sino con pesadumbre. Y, cuando volvías al solar patrio, te reencontrabas con un mundo de beatería y represión, y tal vez todos te reconocían en tú singularidad, pero tú habías cambiado dentro de ti mismo.

... Y en estas llegó mayo del 68 y se levantaron las barricadas en el Barrio Latino. Allí los estudiantes escribieron lemas como «Gocemos sin trabas» y «Amaos los unos sobre los otros» y Francia se levantó en aras de una libertad individual nueva que el norte de Europa, Estados Unidos e Inglaterra ya habían inaugurado años antes. Mucho más transformaciones en la moral y en las costumbres produjo el 68. A nosotros nos quedaba por hacer una Transición de la dictadura a la democracia, cuando en París se escribía: «Elecciones, trampa para tontos» y «¡Viva la Comuna!».

* Comentarista político