Se va 2017 y, llegados a este trance, toca mirar atrás y hacer balance de lo que nos dejó realizado y lo que quedó pendiente, que en Córdoba, donde cualquier proyecto dura una eternidad hasta cristalizar en algo cierto, suele ser una cuenta más larga que la de los logros. Este año, sin embargo, se despide aquí con visos optimistas, pues aunque haya sido in extremis, nos deja a punto de caramelo aspiraciones largamente esperadas en la ciudad. El cercanías, o metrotrén, que es la denominación con que se gestó --hay que ver el empeño en cambiar el nombre a las cosas, ya sean locomotoras o calles--, se acerca ya embalado, si es que no hay algún nuevo frenazo por el camino, tras haber sido declarado por Fomento como «Obligación de Servicio Público»; un título rimbombante que se traducirá en que sea el Gobierno quien asuma su déficit de explotación, de seguro cuantioso como en todo transporte público.

Y sin movernos de este sector, 2017 acaricia otra buena expectativa: desde primeros del próximo febrero podrá funcionar a pleno rendimiento el aeropuerto, tras quedar solucionado el uso total de su pista, por lo que ya solo falta que alguna compañía aérea se atreva con vuelos comerciales, eso que hasta ahora nunca ha pasado de amagos fallidos. Y de intentos frustrados saben mucho en Rabanales 21, que finalmente tiene vía libre para construir su centro comercial, al haber aprobado el Pleno municipal la modificación del PGOU que permitirá levantarlo en este parque tecnológico.

Fuera del terreno de las infraestructuras, 2017 --el año que vivimos azotados por el calor, la pertinaz sequía y el no menos agobiante separatismo catalán-- se despide con otro grato anuncio: el yacimiento arqueológico de Medina Azahara, que acaba de estrenar iluminación nocturna, tiene muchas papeletas para ser nombrado en 2018 Patrimonio Intangible de la Humanidad. Compartiría así el título con la Mezquita, el casco histórico y los patios, aunque es de esperar que no le pase lo que a estos últimos, joyas domésticas de las que Córdoba siempre se sintió orgullosa ahora descubiertas por el mundo, que se les ha echado encima literalmente, con riesgo de aplastarlas. Si se consigue este unánime deseo, Córdoba tendrá otro importante asidero para su proyección internacional, un reclamo del turismo cultural que puede ser oro puro con una gestión inteligente.

Y hablando de cultura, este 2017 en que Yoko Ono y su Árbol de los deseos ponen la guinda a la tarta del primer aniversario del C3A --otro proyecto al que parecía que no se le iba a ver la punta, ya ven que los milagros existen-- ha sido año de grandes conmemoraciones. Por citar solo algunas, el Museo Arqueológico ha cumplido siglo y medio de vida y la Orquesta de Córdoba un cuarto. Se celebró a lo grande el centenario del nacimiento del poeta Ricardo Molina, y a lo chico el del pintor Miguel del Moral, ambos fundadores de Cántico, mientras a Pablo García Baena, único superviviente del grupo junto a Ginés Liébana, no paran de lloverle los honores; el último, el nombramiento de doctor honoris causa por la Universidad de Córdoba. Y ha sido también el año en que se coronó, eso sí, con sonora polémica, la memoria de Manolete, por fin nombrado Hijo Predilecto de una ciudad donde suenan cada vez más altas las voces antitaurinas. Se va, en fin, 2017 con la vista puesta en el 18. Ojalá se cumplan todas las promesas.