Paz y bien. Lo que todos deseamos a nuestros seres queridos cuando da sus últimos estertores el año que agoniza, y sus primeros albores el dios naciente del año que comienza. La vida, desde que el Homo Sapiens escribió su primera página de la Historia de la Humanidad, ha venido fragmentado el tiempo, para así sentirse mas fuerte ante los avatares del destino, con reproches cuando la vida nos golpea inconmensurablemente, y parabienes en épocas de bonanza, sin darnos cuenta que todo conforma un devenir incesante, como el agua inagotable que emana de una fuente incrustada en la roca, o de un arroyo, que naciente en la cumbre de la montaña, se desliza silenciosamente, para unirse a otros arroyos, también descendientes hacia el mismo destino que es la mar o la muerte, unas veces serpenteando en solitario y en otras ocasiones para separarse definitivamente y no volver a encontrarse jamás. Así lo define magistralmente Frank Baer al final de la novela El Puente de Alcántara bordando una metáfora muy bella sobre las relaciones humanas. Un fin de ciclo y el inicio de una nueva etapa, donde confiamos que la suerte nos será propicia, sin darnos cuenta que el entorno y nosotros mismos somos esclavos de nuestra Historia, logros y fracasos, miedos y retos, esperanzas o desalientos. Como aquel que huyendo de sí mismo abandona su lugar de origen y residencia, y se pierde en otros paisajes, gentes, climas o ciudades, sin darse cuenta de que lleva a sus espaldas su propio Yo, su Historia y su Persona, anclado en él mismo, como la sombra al cuerpo.

Este 2018, ha brotado en España un enfrentamiento con aguas tormentosas y turbulentas, soterrado, e impulsado silenciosamente desde hace años en Cataluña, por la debilidad e inconsciencia de una serie de gobiernos a los que solo les interesó el acomodo en el poder, a través de acuerdos indignos y triunfos falsos en pactos postelectorales amorales. Y tanto fue el cántaro a la fuente, que acabó rompiéndose y al final, como decía el Quijote: «vinieron los Sarracenos y nos molieron a palos. Porque Dios protege a los malos, cuando son más que los buenos». El odio, la confrontación estéril y violenta, esta servida en plato frío. Y ahora, nadando a contracorriente, en esta encrucijada histórica de incierto resultado, tenemos un reto más en esta tierra, a veces de nadie, y que al ciudadano de a pie le preocupa sobremanera, a dónde nos llevará esta gota fría, ante tanta inconsciencia de unos políticos y de otros que llevan demasiado tiempo mirando para otro lado.

Maestros de la mentira y de la improvisación, incapaces de dirigir una pequeña comunidad de vecinos, o hasta de un club de pesca, huyendo, como dije antes, hasta de si mismos. Prisioneros de su propia temeridad e insensatez, cuando dos millones de personas detrás de ellos les siguen incondicionalmente... Y ahí queda eso... «El futuro no es lo que era», dijo alguien de forma brillante hace tiempo. Un año naciente, en una Córdoba dormida deseando que el paso de los años no le complique la vida, sin un Proyecto de Ciudad serio y pactado por las fuerzas sociales, y donde cada uno va al sol que más calienta. Atrás quedaron unos retos que ya son papel mojado: la Ronda Norte, Córdoba Ciudad de la Cultura, el empleo juvenil y de los mayores de 50 años, la industrialización de los recursos agrarios, el Aeropuerto, la Gerencia de Urbanismo, la recuperación económica, y un interminable etc. Porque no hay más ciego que el que no quiere ver. No obstante, el Ayuntamiento lleva entre manos un asunto de vital importancia para la ciudad, ya que determinadas fuerzas políticas, están trabajando denodadamente en la supresión de algunos rótulos de determinadas calles, avenidas y barrio, emblemáticas de la ciudad, en cumplimiento de la Ley de la Memoria Histórica discutible en algunos de sus apartados. Se resucitan también viejos odios soterrados, y los muertos resucitan con sus vidas contradictorias, como las de todos, para salir de sus tumbas y pasearse por los pasillos del Consistorio. Hagamos caso a la propuesta sensata de la Alcaldesa, conservemos Vallellano, Cruz Conde y Cañero, etc. Estas denominaciones son parte integrante de nuestra memoria como ciudad. Hay tantos asuntos importantes que resolver entre todos. En una Córdoba demasiado anclada en un pasado que ya no existe y un presente que tiene la obligación de comprender y acometer en un proyecto común, sin exclusiones ni personalismos. Lamentablemente me parece que estoy pregonando en el desierto. Salud, como se despide Séneca en las Cartas a Lucilio, de obligada lectura para todo cordobés que se precie.

* Abogado y académico